Mi compañera me informó sin paños calientes: “Ha sufrido un infarto hace menos de una hora, en la autopista, en el interior del coche, justo frente a la salida que anuncia el Hospital de Terrassa. Iba con su esposo en ruta hacia Manresa. Al no poder fibrinolisarla os la traemos directamente. Hay que hacerle un cateterismo y derivarla después al Clínic de Barcelona, pero el Servicio de Emergencias Médicas está colapsado y no sabemos cuándo vendrán para el transporte”.
La situación es difícil y un tanto dramática, dos personas de unos 70 años con una urgencia grave a más de 70 km de su casa, solos…
Roser estaba pálida, sudorosa y el pijama de hospital la envejecía. Cuando todos marcharon le pregunté cómo se sentía. Me dijo: “Asustada. Siento la muerte cerca y mi marido tan lejos…. ¿Sabe que usted es el único que me ha preguntado por mis sentimientos? Me dijo al cabo de un rato. El halago me gustó, creó una química especial entre la señora y yo.
Fui a buscar a Josep, estaba en la sala de espera, temblaba, estaba nervioso. Mis compañeras me lo reprocharon otra vez, era habitual en mí romper las normas: “No debiste traerle. No es hora de visita. Molestará. Verá como trabajamos. No podremos fumar tranquilas”.
Tres meses más tarde una mujer elegante, de porte distinguido, de clase media-alta se presentó en la UCI preguntando por mí. Ni siquiera la reconocí.
“Soy Roser de Vilafranca, me atendiste por un infarto. He venido a darte las gracias. Tus palabras y la serenidad que me contagiaste me ayudaron en aquel momento tan difícil.
Seguí tu consejo, confié en todos los profesionales que me atendieron. Seguro que eso me mantuvo con vida. Gracias.”
Unos 10 minutos de conversación y marchó dejando un profundo recuerdo que aún pervive y una caja de Catanias con 200 unidades, un verdadero lujo.
@carlescalaf
Historia basada en hechos reales.
He aquí gran parte de lo trabajado en las jornadas llevado a la realidad. Humanizar son acciones concretas de cambio que marcan la diferencia y dejan huella en todos.