El mes pasado, en La tentación de tirar la toalla hablábamos de cómo desde la humanización se abren numerosas posibilidades para alimentar el motor de acción que es la “motivación interna”. La gratitud es una de esas posibilidades, es algo más que una norma de cortesía, es una #humantool que está al alcance de nuestra mano.

Nadie desea estar ingresado en una UCI ni recibir tratamientos e intervenciones invasivas, nadie desea sentir su cuerpo expuesto al dolor y que sean terceras personas las que decidan cuando intervenir sobre él. Ningún familiar desea sentir la angustia que genera la incertidumbre y el miedo a la pérdida de un ser querido. Y a pesar de todo eso, en muchas ocasiones, el profesional recibe un “gracias” por parte del paciente o familiar del mismo. ¿Recuerdas la última vez, recuerdas qué sentiste?.

En general es algo que reconforta, algo que informa de que la acción (por muy difícil que haya sido para el otro o incluso para ti mism@) ha sido evaluada como positiva, que has llegado hasta la otra persona y que él o ella lo valora como “un regalo”, como algo que podía no haber recibido. Puede darnos cierto pudor, pero produce bienestar.

La gratitud se está estudiando desde un punto de vista científico solo desde los años 90 y uno de sus principales investigadores es Robert Emmons. Este autor señala que, además de cumplir funciones éticas y sociales muy importantes, el agradecimiento permite el afrontamiento de situaciones vitales críticas y la recuperación del estrés. Esto es así porque aquellas personas con capacidad de mostrar agradecimiento son también capaces de mantener una visión flexible de los acontecimientos, señalando tanto los aspectos positivos como los negativos de los mismos, permitiéndose tener de ellos una visión global y no solo centrada en un elemento de posible daño o malestar. Esto es clave tanto para el paciente de UCI como para el profesional que lo trata.

La gratitud surge a partir de dos etapas en el procesamiento de la información: afirmación (de los aspectos positivos) y reconocimiento (del origen de lo bueno fuera de nosotros mismos). Lo maravilloso de ello, es que tiene efecto en ambas partes, emisor y receptor. Nos permite conectar y reconocer a personas dispuestas a realizar esfuerzos por nuestro bienestar, y es un motivador, porque al percibir el agradecimiento favorece la acción por el bienestar ajeno y disminuye sentimientos y conductas hostiles. En palabras de Emmons, es “el cemento moral que se instala en las grietas entre las personas”, nos hace prosociales y empáticos.

Si trasladamos estos datos a las relaciones interpersonales en una UCI, poner en acción la #humantool del agradecimiento permitirá:

  • En el paciente y familiar, el reconocimiento del profesional que aplica la humanización en su día a día
  • En el profesional, el reconocimiento empático de la situación especial por la que pasan pacientes y familiares.
  • La motivación del profesional que ve reconocido su trabajo
  • La vinculación del paciente y la colaboración de familiares
  • La facilitación de las relaciones sociales y el trabajo en equipo
  • La facilitación de estados emocionales positivos en todas las partes implicadas.

Parece por tanto que dar las gracias de forma sincera es algo más que la mera transmisión de una palabra. Merece la pena no hacerlo de forma rápida o automática y recordar que la gratitud es una virtud del ser humano clave en una aplicación humanista de la profesión sanitaria. Podemos buscarla, aplicarla, desarrollarla, favorecerla en nuestro entorno… con ello, todas las partes ganan.

Macarena Gálvez Herrer

Doctora en Psicología Clínica. Miembro del equipo docente del Proyecto HU-CI