Recientemente ha sido publicado en Medicina Intensiva el punto de vista firmado por Ángela Alonso y Gabi Heras, y que lleva por título Humanizar los cuidados reduce la mortalidad en el enfermo crítico.

En él, se comenta el estudio publicado por Pun y colaboradores en el que se demuestra el beneficio de aplicar las medidas del paquete ABCDEF en importantes objetivos relacionados con el paciente (alta de la UCI, alta hospitalaria, mortalidad), con los síntomas (ventilación mecánica, coma, delirium, dolor, uso de sujeciones mecánicas) y con la organización (reingreso en la UCI, destino al alta).

El estudio, llevado a cabo en más de 15.000 pacientes, muestra que la aplicación del 100% de las medidas del paquete condujo a una mejora significativa en todos los resultados (salvo en el dolor) con respecto a la aplicación del paquete no completo (menores porcentajes de medidas aplicadas). Aun no teniendo significación estadística, la aplicación parcial del paquete, incluso en bajos porcentajes, tiene un efecto positivo en la evolución de los diferentes ítems medidos.

Y surge la pregunta: si esto se consigue con 6 medidas, ¿qué no se conseguirá con la aplicación de 159?.

Este estudio viene a corroborar algo que todos intuíamos y esperábamos, que las medidas de humanización mejoran la evolución de nuestros pacientes en la UCI y tras el alta de ella. Pero ¿realmente es necesario demostrar o comprobar todo en medicina? A veces nos vemos con la necesidad de demostrar la validez en resultados medibles «convencionales» de medidas que llevan intrínsecamente un beneficio para el paciente y el ser humano en general.

Si las medidas de humanización no disminuyesen la mortalidad, la estancia media o el tiempo de ventilación mecánica, ¿no las utilizaríamos a pesar del beneficio neto que producen en el bienestar de pacientes y familias, en la satisfacción, en la disminución de secuelas psicológicas o cognitivas o físicas? ¿Seríamos capaces de retirarlas? ¿Impediríamos la presencia de las familias en la UCI? ¿Abortaríamos una movilización y una fisioterapia física y cognitiva precoces? ¿Evitaríamos aportar atención psicológica y espiritual a pacientes y familiares? ¿Ignoraríamos los beneficios de respetar y promover el descanso nocturno? ¿No mejoraríamos nuestros espacios dotándolos de comodidad, intimidad, luz natural o tranquilidad y silencio? ¿No buscaríamos promover por encima de todo el respeto y la dignidad del ser humano sufriente y dependiente? ¿Nos desentenderíamos del dolor y el sufrimiento? ¿Renunciaríamos a unos cuidados paliativos de calidad en la UCI? ¿Desatenderíamos el proceso de morir? ¿Seríamos capaces de no perfeccionar las mejores herramientas que un profesional sanitario tiene a su alcance: la comunicación, la escucha, la empatía, la compasión? La respuesta que probablemente darían todos los expertos en enfermedad crítica (pacientes, familiares y profesionales) sería «no».

Ya no hay marcha atrás, no hay opción. La UCI del presente y del futuro, la UCI moderna y futurista, la que todos deseamos, se escribe con H.

#benditalocura