La Unidad de Cuidados Intensivos es uno de los servicios donde transcurren los acontecimientos más intensos de un Hospital.
El estado de salud de los pacientes es crítico, los familiares experimentan sensaciones desgarradoras y los profesionales deben tomar decisiones sumamente complejas bajo presión de tiempo y dificultad. La angustia,el dolor, la incertidumbre, la tensión recorren los pasillos de la sala y son moneda corriente para todos los actores de las UCI.
Sin embargo, también lo son la conmovedora sorpresa de una mejoría inesperada, la alegría de volver a comunicarse con una persona que no estuvo lúcida durante días y la esperanza de poder reanudar un proyecto de vida que parecía perdido. El tiempo no escapa a este alud de sentimientos y adquiere otro ritmo: a veces transcurre muy rápido, otras, demasiado lento, o incluso, en ciertas circunstancias, parece estar detenido.

 

Esta marea de sensaciones y sucesos puede resultar excesiva y agotadora para todos los protagonistas que convergen por distintos motivos en tan extremo y asombroso sector de la institución hospitalaria.
Como profesionales, ¿qué podemos hacer para encauzar este torbellino de emociones y experiencias?. ¿Con qué herramientas contamos para amortiguarlo, incluso, para transformarlo en algo valioso y significativo?
La fórmula es mucho simple de lo que podemos imaginar. Basta con apelar al recurso más potente y económico del que disponemos todos los seres humanos: la palabra. Las palabras permiten hilvanar mentalmente las sensaciones, tejer redes que le den forma, explicarnos lo que sucede, insertarlo en nuestra historia y de esta manera capitalizar el impacto que generan. Sólo debemos hacernos la pregunta ¿quién soy yo? para percatarnos que todos “estamos hechos de historias”, como dice el gran escritor de Eduardo Galeano. Los relatos permiten dar significado a nuestras experiencias. Los seres humanos necesitamos “como el aire que respiramos” que lo que nos sucede tenga sentido para conservar un relativo equilibrio psíquico. 

Ahora bien, para facilitar que estas narraciones surjan y se desplieguen, los profesionales de la UCI tenemos a mano otro recurso también invaluable: escuchar. Acercarnos, mirar a los ojos, dejar hablar sin juzgar ni rechazar los sentimientos del que se está expresando. Dar señales que estamos prestando atención mediante gestos como asentir con la cabeza, resumiendo ocasionalmente lo que dice o demostrando que uno comprende lo que está sintiendo. La cantidad de tiempo que podemos dedicar a esta tarea es mucho menos importante que la calidad que podamos darle, al considerar el efecto que tiene sobre el que habla y sobre nosotros mismos el estar escuchando.
Si todos los protagonistas de la Terapia tomamos unos minutos para hablar y escuchar lo que nos sucede, las intensas experiencias que vivimos a diario pueden procesarse subjetivamente. Y al hacerlo, disminuye el sufrimiento y el alud de sucesos inconexos se convierten en episodios que pueden tener sentido dentro de la irrepetible historia de trabajar en una UCI. No se trata de contar con recursos extraordinarios o disponer de mucho tiempo. Lo único que necesitamos es tomar conciencia que volver a lo que nos distingue como seres humanos: el lenguaje y la comunicación, es la vía privilegiada para que la apuesta de trabajar en uno de los lugares más intensos del Hospital pueda renovarse día a día.

Coordinadora de la Residencia de Psicología