Qué difícil es poner nombre a las emociones y sensaciones cuando todas se agolpan sin apenas respiro.

Quizás, una de las que más se repite en tu cabeza y en tu corazón es IMPOTENCIA. Por no llegar a todo, por la duda constante sobre si lo que haces es suficiente, bueno o eficaz. La escala con la que medir eso hace dos meses ahora ya no sirve y se acompaña de una continua INCERTIDUMBRE: lo que pasa hoy no tiene que ver con lo que pasó ayer y da escasas pistas sobre el mañana.

La gestión del MIEDO es complicada. Surge sobre todo ante la posibilidad de contagiar a los tuyos. La entrada a casa es un ritual de operaciones de higiene y cuidado que pospone los afectos, y cuando éstos por fin se dan, ocurren bajo el paraguas del temor y sin la entrega acostumbrada. Hay añoranza de piel, abrazos y besos, a tus hijos, pareja, padres, hermanos, amigos… El alma se va llenando de lo no dado y lo no recibido.

ASIMILAR LAS PÉRDIDAS es casi imposible al ritmo que se producen, tienes “indigestión” de sufrimiento y tristeza. Son demasiados los pacientes que fallecen, seguramente un número nunca abordado hasta ahora en tu carrera profesional. No hay casi tiempo de despedirles, de acompañarlos en el proceso de morir. Su soledad en ese camino resuena en ti especialmente cuando la ves en los familiares que se quedan fuera.

A veces quizás REPRIMES Y SUPRIMES emociones porque hay que seguir, y cuando por fin paras en el pasillo, de camino a casa, en el coche, en la ducha, ese cúmulo de emociones brota sin buscarlo y las lágrimas y el llanto se hacen presentes. Desahogo temporal tras el que hay que recomponerse, los tuyos esperan ansiosos tus palabras y tu presencia. A veces no quieres hablar con nadie, solo estar solo/a, pero no siempre te atreves a decirlo. La CULPA aborta esa necesidad. Luego, durante el supuesto “tiempo de descanso” los malos sueños hacen que los temores cobren vida. A veces es el sonido imparable y amenazante de las alarmas, a veces tu paciente que fallece porque no has llegado a tiempo para atender la crisis, repetidas veces las imágenes de sus rostros en soledad… no llegar, no llegar…

Todo este abanico emocional (entre otras muchas cosas), es tu día a día. Pero no olvides que también se acompaña de un inmenso ORGULLO por la profesionalidad que ves en tus compañeros, incluidos esos profesionales que han venido de otras especialidades para trabajar a tu lado, la SENSACIÓN DE EQUIPO es pegamento para los corazones rotos. Vive con intensidad la ALEGRÍA con cada destete, recuperación y alta. Siente LA IMPORTANCIA DE LAS PEQUEÑAS COSAS que ahora son tan grandes (una extubación, ese milagroso día que da tiempo a un café, unas risas compartidas, el aire y sol en la cara al salir del trabajo…).

No dejes escapar EL SENTIDO DE TU PROPIO TRABAJO, lo ves cada día reflejado en los familiares, que valoran con absoluta prioridad y AGRADECIMIENTO el cuidado de su persona querida (tu paciente), incluso cuando las noticias sobre los resultados que les das no son buenas. Cuando la meta es especialmente incierta, cobra más importancia aún no perder la perspectiva de CADA PASO del camino. Busca cada resquicio que te permita CONECTAR CON LA PARTE HUMANA DE TU TRABAJO, que más allá de la técnica y la curación, cuida, acompaña y alivia siempre.

Todo lo vivido en ti son reacciones “normales” a una situación “extraordinaria”. Date permiso para sentirlo, ponle nombre, ventila ese corazón sobrecargado, y nunca olvides que el EPI emocional solo está dentro de ti. Y si te fallan las fuerzas para encontrarlo no lo dudes: PIDE AYUDA. La verdadera fortaleza está en saber mirar a la cara a la vulnerabilidad que todos compartimos, ya sabes: por suerte, aquí no hay héroes.

“En el medio del odio, me pareció que había dentro de mí, un amor invencible. En medio de las lágrimas, me pareció que había, dentro de mí, una sonrisa invencible. En medio del caos, me pareció que había dentro de mí, una calma invencible. Me di cuenta, a pesar de todo, que… En medio del invierno, había dentro de mí un verano invencible. Y eso me hace feliz. Porque no importa lo duro que el mundo empuje en mi contra, dentro de mí, hay algo más fuerte, algo mejor, empujando de vuelta”. (Albert Camus. El Verano, 1953).

Por Macarena Gálvez