No todas las UCI son iguales. Eso lo sabemos todos los que trabajamos en ellas o las hemos conocido por algún u otro motivo (pacientes, familias, directivos sanitarios, etc.).

Y esta diferencia no solo concierne a su tamaño, arquitectura, prestaciones, tipo de paciente atendido, sino también a su organización, gestión, recursos humanos… Así, en nuestro país, tenemos UCI polivalentes, postquirúrgicas, coronarias o de politraumatizados, por ejemplo. No todas tienen boxes individuales, ni ventanas con luz natural, ni salas de información o salas de espera. Algunas UCI de hospitales de tercer nivel disponen de recursos y prestaciones que otras UCI de hospitales secundarios o primarios no poseen (dispositivos de asistencia cardiaca, membranas de oxigenación extracorpórea, sistemas de monitorización cardiovascular avanzada, o incluso técnicas continuas de depuración extrarrenal o ecógrafo).

En España, la norma es que las UCI sean atendidas las 24 horas por médicos especialistas en Medicina Intensiva (intensivistas) y personal de enfermería entrenado en la atención del paciente crítico. Sin embargo, no siempre es así y en otros países el modelo es diferente, son UCI denominadas “abiertas”, en las que los pacientes son asistidos por los diferentes especialistas que indicaron su ingreso. Las políticas de horarios de visita, de información o de implicación de las familias en los cuidados del paciente ingresado en UCI también pueden ser muy variables.

Pero, ¿qué es lo común a todas las UCI?.

A mi entender dos cosas. Primera, que se atienden en ella a personas que están pasando por uno de los momentos más difíciles de sus vidas (aquí incluyo el binomio paciente-familia), que sufren un proceso que, de forma real o potencial, pone en riesgo su vida y que precisan por ello una atención, cuidados y medios técnicos más avanzados y exquisitos. Los profesionales que trabajamos en las UCI ponemos todo nuestro empeño en sacar adelante estos pacientes y con la mejor calidad de vida posible. Pero algunas veces esto no es posible y perdemos la partida contra la muerte.

Y aquí viene el segundo común denominador de todas las UCI del mundo: en todas las UCI mueren pacientes. En todas. La muerte misma nos iguala a todos los seres humanos, ya lo decía Jorge Manrique en sus famosas Coplas: “…allegados son iguales los que viven por sus manos e los ricos”.

Y, aunque la muerte nos afecta a todas las UCI en mayor o menor medida, lo que sí es variable es la forma en que atendemos el proceso de morir en nuestras unidades, y es lo que nos debe hacer reflexionar. Ya hemos oído con frecuencia que la UCI no es el mejor sitio para morir, pero debemos hacer que sea un buen sitio para morir. Los profesionales no solo debemos asumir la muerte en nuestras unidades, cuando es inevitable, como algo natural y no como un fracaso terapéutico, sino que debemos aprender a detectarla y diagnosticarla con mayor diligencia y premura para ayudar a que este proceso sea el mejor posible para los pacientes y sus familias. Debemos facilitarles el acompañamiento y el duelo, ajustarnos a sus tiempos, atender sus necesidades físicas, psicológicas y espirituales. Debemos aprender a acompañarles en su dolor, a consolarles, a estar presentes y no difuminarnos en la vorágine de otras historias y otras vidas. Este es el momento más importante para el que se va y para los que se quedan. Es “el momento”. Y nos necesitan.

Sé que estamos en ello. Quiero creerlo. Lo creo.

Por Ángela Alonso.