Somos seres sociales, nuestro cuerpo y nuestra mente están preparados filogenéticamente para socializar. A diferencia del resto de seres vivos, contamos, por ejemplo, con 47 músculos en el rostro humano que trabajan de manera coordinada como una orquesta afinada para expresar gestos, muecas o sonrisas relativas a estados de ánimo, pensamientos o conductas. Junto con nuestra mirada, nuestra cara también habla por sí misma.

Desde la Neurociencia, además, en los últimos tiempos se ha descubierto un correlato fisiológico de esta capacidad mental de encontrar el significado de lo que se comunica poniéndonos en el lugar del otro. Y ha sido con el descubrimiento las neuronas espejo. Una serendipia afortunada que nos descubre que aprendemos ya no sólo porque imitamos a otros, sino a través de esta brillante habilidad de ponernos en la perspectiva del otro incluso creando representaciones mentales, al entender, por qué una persona hace lo que hace, cuál es la intención de una acción determinada o cómo se siente en un momento dado. En este sentido, desarrollamos como propias acciones, emociones y pensamientos de otras personas al verlas o intuirlas.

Estas neuronas también denominadas “neuronas Gandhi” están localizadas en el córtex frontal y en el parietal posterior, relacionándose así lenguaje con expresiones faciales y gestos y con las emociones por su relación también a nivel límbico.

Y es en estos momentos actuales cuando es útil entender esta fisiología especular.

En estos tiempos de pandemia donde los “trajes de astronautas” son una clara barrera a la hora de leer gestos y empatizar, seguimos en el ámbito sanitario adaptando el buen hacer (ese centrado en la persona, en el familiar y en el profesional) con el hacer profesional. Seguimos buscando de manera divergente salidas creativas no sólo a la falta de espacio o de instrumental sino a las necesidades actuales de relación, a esas necesidades vinculares que quienes atendemos nos demandan.

Y hablamos también con las manos. Al coger la mano de la persona atendida, se activan neuronas espejo de su zona somatosensorial al igual que si observamos que cogemos la mano a otra persona. Y así vamos, enfundados en EPIS descubriendo otras lunas, cogiendo manos, conectando almas y estimulando neocortezas, esas que mantienen vivas las ilusiones por vivir mientras el agotamiento nos cuestiona en el espejo de quién nos reflejamos.

Llevamos sobre la espalda un año ya con las mismas condiciones y con pocos respiros. Muchos días donde el seguir ayudando conlleva en muchas más ocasiones de la práctica clínica dilemas éticos que nada tienen que ver con lo vocacional, donde las esperanzas se mezclan con los miedos, donde cuando se ve la complicación se entiende la gravedad de la tragedia y la grandeza de la ayuda.

¿Dónde estaban las neuronas espejo antes de haber desembocado en la necesidad de la atención en urgencias o en el colapso de las instancias de cuidados críticos?

Todos tenemos espejo, pero la dirección de la mirada es la que determina el reflejo.

Hay casos en los que a pesar de todas las medidas responsables no se ha podido evitar, esas veces donde es más cuestión de (mala) suerte que no de probabilidad. Y casos de quienes en momentos críticos como los vividos de contagios y muertes, de confinamientos y prudencia tienen la necesidad de mirar egocéntricamente hacia adentro y hacen eco de sus propias carencias. Personas en las que quizás estilos educativos rígidos, abusivos o autoritarios, cuidados negligentes, carencias económicas, afectivas, rasgos inmaduros y falta de compromiso social entre otros ha podido dar lugar a la necesidad imperiosa por volver a su “normalidad”, esa que sigue teniendo el reflejo hacia el ombligo y la necesidad de autodeterminación, sin entender el alcance de sus acciones, sin poder adaptarse de forma flexible y con ausencia total de consideración interpersonal.

Por último, estamos las personas que encontramos nuestro reflejo en el espejo de los otros, dando sentido a las difíciles vivencias actuales, tolerando frustraciones, demorando recompensas…con una adaptación cambiando lo resignado por lo resiliente. Que estamos aprendiendo a gestionarnos emocionalmente a marchas forzadas, a pelo sin extraescolares, a querernos, a cuidarnos. Y que entendemos que no hay otra forma de ayudarnos a nosotros mismos si no es en el reflejo de la ayuda a los pacientes.

Nosotros, que hemos crecido con valores de comunidad y convivencia, de solidaridad, entrega y responsabilidad, valores adquiridos desde un hogar donde el respeto hacia la otra persona es un valor en sí mismo tanto como el respeto hacia sí mismo. Nosotros seguimos trabajando enfocadas con la dirección de nuestra mirada, junto con estas neuronas que multiplican la gratitud que empatizan, que dignifican y compadecen.

Por Araceli Ortega