Casi todos los artículos y post que suelo escribir (sobre todo en la web del Proyecto HU-CI), hablan sobre proyectos ilusionantes, cosas que salen bien, ruptura de barreras para avanzar en el día a día, humanidad, ciencia, innovación y resultados… en fin, cuestiones muy positivas que a todos nos animan. Hay que aportar belleza a la vida, ¿no?.

Tengo la profesión más bonita del mundo (para mí lo es, y como este es mi post… el tema queda zanjado… “guiño para los defensas centrales”).

Pero mi profesión, que no es otra que la de médico intensivista… tiene también días y lugares oscuros… muy oscuros, profunda y tremendamente oscuros, contra los que luchas… no desde el primer día en que pisas la UCI como residente, sino desde el primer día en que empiezas a darte cuenta de la responsabilidad que tienes… y de qué carajo va todo esto del paciente crítico, la salud, la enfermedad, la muerte, la vida, y de todas esas personas que dependen de una decisión tuya. Porque una decisión tuya, tomada en cinco segundos o en dos días de reflexión… no nos engañemos, puede no solo hacer que un paciente viva o muera, sino que además puede marcar la vida de un puñado de personas (sus personas) … para siempre. Y esta, amigos, es la realidad. Y quien no lo sepa o no lo asuma, aconsejo que se lo haga mirar por alguien con más sinapsis neuronales y experiencia.

Y esto… esta responsabilidad, este manejo tanto del fallo multiorgánico, como de la tecnología que usamos, o de las técnicas que realizamos con nuestras cuidadosas manos sobre nuestros pacientes, así como esa gestión de las emociones y los sentimientos de aquellas personas que confían en nosotros para que les saquemos del atolladero y les hagamos sentir que aquello al final, no fue tan grave o tuvo solución; Todo eso… si lo metes en un saco de sensibilidad, humanidad, ciencia y responsabilidad… Es lo que hace que de vez en cuando, a algún paciente y a su familia… te los lleves a casa, a vivir contigo.

Porque eso no lo sabe nadie, queridos amigos. Eso solo lo sabes tú. Y como mucho, si tuviste suerte al elegir la persona con quien compartir tu vida… (que no se yo…) también ella. Y lo sabes tú, cuando almorzando te quedas absorto, cuando luego no puedes dormir la siesta (sagrada), cuando te metes en el despacho y te revisas a toda prisa los últimos artículos y libros para encontrar esa solución que parece no existir. Y te levantas de la mesa del despacho para mirar por la ventana con ese nudo en la garganta. Y te vas a correr (o a hacer running si te vistes de fosforito) al anochecer, con la cabeza embotada y llena tan solo por esa persona. Porque es tu paciente y te duele. Porque hiciste esta carrera y esta especialidad para curar a las personas más enfermas, a las más graves… pero a veces la enfermedad, gana la partida.

Y mientras corres, te acuerdas de cuando eras el médico de cabecera de aquella monjita que no te hizo caso y no quiso ingresar en el hospital y tuvo una parada horas después, y se te murió con 30 añitos a pesar de practicarle la RCP en medio de su celda del convento. Y ya de intensivista, de aquella embarazada de 28 años que llegó con un shock séptico y horas después estaba muerta… y su hijo también, y de aquella niña de 16 que, esperando un corazón, se te murió un domingo a las siete de la tarde… Y de la cara de esa jovencita rumana, con su bebé en brazos, totalmente sola… cuando le dijiste que su marido acababa de morir tras un accidente de tráfico (después de estar con él a pie de cama durante horas) …

Horas… cuantas veces habrás estado a pie de cama toda una noche partiéndote el cobre contra la enfermedad, rodeado de enfermeras que parecía que ibas a volver locas de pedirles tantas cosas y tan rápido. Te acuerdas de aquella noche, de aquella cara, de aquel chico de 17 años con leucemia, y de cómo mientras le explicabas a toda prisa que tenías que intubarlo por su sepsis grave, él te miraba a los ojos con miedo diciéndote con ellos que sabía que se iba a morir… (Nos dijimos un mundo de cosas mirándonos en ese eterno segundo en el que parecía que estábamos solos) … Le dije que iba a salir de esta… Pero yo sabía, que él sabía que le estaba mintiendo. Y aquel día descubrí que el pecho te puede doler de pena por un desconocido. Pocas horas después su abuela me gritaba en la sala de espera que yo era un mal médico por no haberle salvado la vida. Me harté de llorar en mi habitación del hospital, pero luego me lavé la cara y seguí adelante… porque hay más enfermos en la UCI y para poder mantener tu nivel de eficacia, hay que olvidar y seguir… en teoría.

Y así siguen pasando los años, y un día como hoy, te das cuenta de cuánto pesa todo eso, y de cómo se ha ido formando una losa sobre tus hombros… y de que no has reparado en que cada vez pesa más y más… y más. Y nadie lo sabe. Esa losa es solo tuya.

Y haciendo un esfuerzo, cuando te vas a la cama por la noche y no tienes ni puta idea de qué vas a hacer mañana para salvarle la vida a tu paciente después de más de un mes luchando en la UCI, con todos tus recursos agotados… intentas acordarte de aquellos otros… de los que salieron adelante: De Pepín, que se te murió nueve veces en tres meses… y salió. De Pilar, que nadie daba un duro por ella… salvo el equipo de la UCI… y salió; de aquella embarazada con gripe A, de la que ya no recuerdas su nombre… que se te moría a chorros, pero hijo y madre salieron adelante. De aquella italiana guapísima de 19 años que estuvo en parada cardiaca más de media hora, y salió de la UCI días después sonriendo y deseando comerse la vida. Te quieres acordar de tantos y tantos… porque sabes que son muchos, sabes que han sido cientos de ellos, muchísimos más que los que se te quedaron en el camino. Pero no puedes, porque su recuerdo pesa menos que el de los que se te fueron… y además, hacerlo no te alivia nada, no te sirve de nada.

Te cuesta dormirte y eso es porque estás jodido. Y lo curioso es que esta vez sabes por qué es, pero otras muchas… aun siendo por lo mismo, no lo sabes… porque no te das cuenta. Y esto pasa con mucha más frecuencia cuando tu paciente muere. Tu paciente con el que llevabas 38 días luchando con todo lo que tienes, con todo tu equipo en bloque, tus conocimientos, tus años de estudio día y noche, de horas de guardias acumuladas, tu ilusión… luchando tras día a día… tu paciente (porque lo sientes como algo tuyo) … se te muere.

Y tu familia o tus amigos, y hasta tú mismo, en esa noche de sábado al día siguiente, en esa cena que teníais programada, ven que estás pero no estás, que no eres el mismo…  o que hablas con una verborrea inusual, o que estás callado mientras las copas de vino vuelan a una velocidad inusual. Y tú, ni siquiera reparas en que te esté pasando nada, porque hace mucho tiempo que piensas que los años trabajando en la UCI y las embestidas con que te ha golpeado la vida, han hecho callo en ti, que estás entrenado para eso y para más, y que eres fuerte… muy fuerte… y que ya nada puede hacerte mella.

Y lo que pasa es eso… que te has llevado a tu paciente a casa… contigo. Y él es otra persona más que se incorpora a esa losa que muchos llevamos sobre nuestros hombros, y que cada día pesa más.

Pero tengo la profesión más bonita del mundo.

Mucha H para todos… y para mí.

Por José Carlos Igeño Cano.