Siempre he intentado controlar esa reacción, superar lo que me parecía un signo de debilidad, de inseguridad… Pero, lo cierto, es que lo que expresan esas lagrimas que no siempre se ven, a menudo son sordas e invisibles, es un profundo respeto, respeto a la vida y respeto a la muerte, al dolor y al sufrimiento, respeto a la profesión.
A esta reflexión no llegué yo sola, como casi todas las cosas en mi evolución como Intensivista, lo  aprendí de mis pacientes y de sus familias. Me lo enseñaron cuando después de un ingreso en UCI largo y lleno de complicaciones, al alta recibí una tarjeta donde decía “…Gracias doctora, hemos visto brotar de usted lágrimas que curan…”

 

Así que…sí, a menudo lloro en la UCI, cuando miro a los ojos a un hijo, un esposo, una madre, para tener la conversación más difícil, para pedirles que tomen la decisión más dura o para darles probablemente, la peor noticia de sus vidas.
Es aplastante en ese momento el peso de la responsabilidad, hay que mirar a los ojos con una sinceridad infinita, sentir sus lágrimas, escuchar los gritos mudos que se ahogan en sus gargantas paralizadas, que casi cortan la respiración…compartes su sufrimiento, y en ese terrible momento, ponen en tus manos su tesoro más preciado: la VIDA  de su ser querido.
¿Podrá haber mayor acto de confianza en otro ser humano? ….Yo creo que bien merece unas lágrimas.
Me encantaría poder seguir compartiendo con vosotros estas pequeñas historias de momentos y vivencias de la Medicina Intensiva, y aunque me llamo María, a partir de ahora, si os parece bien, podéis llamarme… La intensivista llorona.Dra. Maria Rojas
Médico Intensivista
Hospital Comarcal Infanta Margarita, Cordoba