Fue por estas fechas de Navidad, ya hace unos años.
Me encontraba rotando como residente de primer año en Nefrología. Como cada día la sala de diálisis estaba llena.
Habían personas de todas las edades, mayores pero también jóvenes, conectados a la máquina de diálisis.
Pasaban las horas allí conectados a la vida. Algunos se aislaban del resto y escuchaban música, otros ya se conocían y pasaban el rato charlando, otros miraban la televisión, el diario… Estaba todo cargado de cotidianidad y de rutina. De vez en cuando alguna buena noticia, algún paciente había sido trasplantado la noche anterior y ya había dejado la diálisis, por un tiempo o quizás con suerte para siempre.
De repente una urgencia.
Una persona con edema de pulmón que necesita diálisis urgente, y esos momentos que te activaban. Como residente de primer año estaba deseosa de aprender técnicas, de aplicar drogas vasoactivas, de ver casos complicados… A mí, aquella rutina cuando no pasaba nada más que la vida, me aburría.
Recuerdo que la Nefróloga se sabía los nombres de todos los pacientes, conocía a los familiares, y se interesaba por cosas personales de sus vidas. Era un pase de visita familiar, más cercano que un pase de visita estrictamente médico.
Un día pasando visita hablamos con un paciente.
Se percibía tristeza en su mirada, resignación. Ya llevaba mucho tiempo ‘enganchado’ a la máquina. Había sido trasplantado en una ocasión pero tuvo un rechazo y perdió el riñón. Inevitablemente en la conversación salió el tema con cierta tristeza, la Navidad… Y hablamos del momento, de la vida, de la familia… De cosas trascendentales, temas muy habituales en la sala de diálisis y hubo un momento en que se me congeló el alma y se me humedeció la mirada.
“Yo a los reyes magos este año, les pido un riñón”.
Y tú: ¿qué le pides a la vida?

Dra. Olga Rubio
Médico Intensivista
Fundació Althaia Hospital Sant Joan de Déu