Solo ver llover. Acercarse a una ventana, observar las gotas que escurren lentamente por el cristal y escuchar el sonido de las mismas al chocar con él, posar la mano sobre el vidrio para percibir el frescor, imaginar la humedad de fuera y el olor a tierra mojada. Los cinco sentidos despiertos, vivos. Cuántas veces en nuestra vida, casi como un acto reflejo sin mayor importancia, nos hemos acercado unos minutos a una ventana solo para ver llover.

Ahora imaginemos que eso ocurre después de semanas en una cama, en un box de reducido espacio, donde la mayor parte del tiempo observas el techo, sus luces y la pared más cercana. Imaginemos que has pasado esos días conectado a unas máquinas que suplían el funcionamiento de tus órganos, vías y cables que te dan la vida y te roban la libertad. Que estás allí impregnado por el miedo al dolor y a la pérdida, arropándote con la esperanza de volver a casa. El paciente de la foto parece que orienta su mirada al horizonte, a los tejados bajo los que la vida cotidiana continúa en cocinas y cuartos de estar, al remate del edificio (quizás un campanario) que se eleva por encima de los demás buscando las nubes, el cielo, el espacio. Está conectado a la vida.

Quizás eres la persona que acompaña a ese paciente. Esa mujer, madre, hermana, que deja apoyada sobre el asiento su muleta y su propio dolor para acompañar al otro en el suyo. Ella orienta su cuerpo de forma lateral hacia él, para mirar lo que él mira, para estar cerca, para llegar a tocarle. Solo con su presencia llena el espacio y da calor. Siempre me fijo en las bolsas que muchas madres y mujeres llevan a los hospitales, como en la foto, suelen descansar junto a sus pies cual bolso de Mary Poppins, dispuestos a ofrecer el objeto necesario, el bálsamo oportuno.

Hace unos días, Xus Marmol desde Manresa, colgó en las redes sociales la foto que ilustra este post. Desde que José Carlos Igeño comenzó a hablar de los #paseosquecuran en UCI y protocolizó su uso para realizarlo de una forma clínicamente adecuada, son cada vez más los hospitales que se unen a esta actividad. Se trata de una acción con beneficios para el paciente, la familia y los propios profesionales. Una acción que ofrece un cuidado integral, palía el sufrimiento y aporta emociones positivas. La humanización no solo se cuenta, se hace, y las acciones concretas como esta van calando “como lluvia fina” (como señalaba Paco Fernández).

Empapémonos entonces, conectémonos con la vida junto a esas dos personas de la foto y todos aquellos que esperan en sus boxes. No es solo ver llover, es calarse de bienestar, conectarse a lo que ninguna máquina de la UCI ofrece: el calor humano, la esperanza, la motivación por seguir adelante y el deseo de vivir.

Por Macarena Gálvez.