Tan pequeña como una aguja y tan temida.

¿Cuántos pinchazos son soportables: treinta en un mes, uno cada dos días, cinco al año?.

¿Cuál es la medida?  ¿La resistencia? Cómo hacer un parámetro fiel y conciso de esta situación.

Los enfermos crónicos que tenemos ingresos repetidos a lo largo de nuestra vida, nos lo preguntamos en algunas ocasiones.

Cuando nos tienen que cambiar la vía cada dos días o cada mañana cuando oímos de nuevo, “ va un pinchacito”.

La agresión no está solo en el pinchazo, ni en la visión de la aguja, el moratón que desaparece en unos días o la flebitis que ocurre con bastante frecuencia después de un tiempo de tratamientos vía venosa. Hay otra parte que es como la gota que va horadando la piedra, esa gota de agua que en si misma es inofensiva pero que su repetición la convierte en destructiva y temible.

El solar del cuerpo es siempre el mismo, los antebrazos, como si nuestro territorio tuviera que pagar al enemigo con los mismos campos y el mismo cereal.

Porque al final de estos días, te sientes derrotado por algo tan mínimo y pequeño como una aguja, y son esas pequeñas cosas que van tomando sombra de gigantes las que pueden romper nuestra fortaleza cuando estamos recuperando nuestro equilibrio en la salud.

Hay alternativas, y se deben usar. Humanizar el tratamiento de pinchazos y vías, haciendo estudios previos al paciente y a la posible medicación y al tiempo que se va  a necesitar para tratarlo.

En los 33 días de ingreso, he tenido cinco cambios de vía, controles de analíticas casi a diario, una flebitis y los antebrazos con molestias como si se hubiesen paseado por ellos un ejército de hormigas con tacones de aguja.

Regreso a casa, eso es lo que importa, eso y las pequeñas cosas que regresan con nosotros.

Raquel Nieto