“Y abro los ojos.
Soy una femoral. Una yugular. Un tubo demasiado pequeño lleno de secreciones. Soy el ojos azules. Pupilas extrañas. El que hace saltar de vez en cuando la alarma del monitor. Soy la saturación baja y la intermitencia de la ventana de sedación. Soy el hematoma bajo los párpados. Soy la arteria que no se puede coger. La gasometría que siempre sale alterada y el no le hagas mucho caso al potasio. Soy el latido hiperdinámico. El relleno capilar lento. Ahora rápido. La presión venosa central baja y la resistencia venosa alterada. Soy el susto en el cambio de postura y la úlcera que se insinúa en la nuca. Soy el pañal que hay que cambiar, la sonda transpilorica y la solución de descontaminación. Soy el silencio. Soy la presión soporte y el antibiótico de amplio espectro. Soy el que oye susurros, como si callera al vacío, el que no sabe dónde está pero no quiere dejar de estarlo. Soy el nombre en voces que nunca me han dicho, la preocupación de tantos desconocidos. Soy la partitura dónde se escriben las pruebas complementarias. Pero soy sobre todo esos minutos en los que huelo cómo se acerca. Soy la mano que siente su mano. Sus dedos. Soy sus lágrimas cayendo sobre mi piel. Soy su petición de unos minutos más, soy los te quiero, te echo de menos, no te vayas, aguanta, todo saldrá bien. Soy ella haciéndome de ancla. Soy los párpados que no se abren. Soy una despedida incompleta. Soy el tiempo que no termina, que no pasa, porque nada me acerca a lo que fui para volver a serlo. Soy a medias diluyéndome infinito tras la puerta, tras la pared, tras la distancia que nos separa. Soy analgesia. Soy un niño que cierra los ojos para hacer equilibrio. Soy el frío arropado por el miedo.
Soy soledad.”
Buenas.
Pediatra, intensivista y con experiencia en cuidados paliativos pediátricos.
Trabajo en una unidad de cuidados intensivos de “puertas abiertas”, en el Hospital Infantil Universitario Niño Jesús de Madrid.
Los niños están con sus padres y nosotros estamos con ellos. Primero el enfermo, después la familia y detrás, pero no al final, los profesionales.
Creo que el paciente crítico debe estar acompañado, en la medida de lo posible, por sus seres queridos.
Creo que nosotros, los profesionales, debemos abrir nuestras  “puertas” (físicas o mentales) para que esto sea posible. La medicina no es sólo “hacer” sino que también es escuchar, explicar y asumir las propias limitaciones (la sinceridad es un anticuerpo magnífico para el ego). A todo esto debemos añadir “Acompañar”, que es un genérico gratuito sin contraindicaciones. Todavía estamos a tiempo de recetarlo con “alegría” antes de que sea patentado por alguna empresa farmacéutica.
Nada más.
Nada menos.
Un cordial saludo, Alberto.