Hola a tod@s, mis queridos amigos.
Muchos de vosotros habréis leído la historia Sobrevivir al ictus, de Jorge Martínez Reverte y que fue publicada el El País la semana pasada. He querido compartirla en sábado, para que este post sea durante 3 días el centro del blog y pueda leerlo mucha gente. Espero que estés mejor, Jorge. Te mando un abrazo grande.
Para mí, en su relato hay una frase demoledora, que destaca entre todas:
“La vida en la UCI no transcurría, por tanto, plácida.”
No hay como ponerse en la piel del otro para entender.
Mi padre tiene una enfermedad oncológica abdominal desde hace 19 años, y ahora está en fase terminal. Hace una semana, sobre las 5 de la mañana, me llamó para decirme que tenía que ir al Hospital porque tenía un terrible dolor abdominal. Así que, tras dejar a mis hijas en casa de mi suegra, fui directamente a Urgencias.
Por suerte y al conocer el sistema, había contactado con un amigo y compañero para que recibiera a mi padre y le echara un primer ojo. Cuando llegué, me quedé tranquilo al saber que estaba en una situación razonable, y que le estaban haciendo pruebas. La sala de espera estaba vacía a esas horas, así que allí estuvimos mi madre y yo esperando. Y compartiendo ese difícil momento.
Esperando.
Esperando.
Tras 5 horas, la sala ya era algo así como un mercado: trasiego de gente, ruido, lágrimas, ¡incluso hubo un robo!. Toda la gente que estaba sentada miraba a la misma pared amarilla, en perfecto orden estático, como si fuésemos las piezas de un ajedrez antes de empezar la partida.
Así que volví a llamar a mi compañero para saber cómo estaba mi padre: “Le están haciendo pruebas. Hay mucho lío, ya sabes”.
Por fin pasamos a verle, y efectivamente no tenía mala pinta: tumbado en un pasillo, en “doble fila de pacientes”. Cansado y dolorido, le habían hecho  una analítica, un electrocardiograma y una radiografía de tórax y abdomen.
Intimidad cero, tranquilidad cero, empatía imposible, atención insuficiente. En ese rato, hubo que cambiar a mi padre y la primera respuesta fue: “Pues no hay sábanas”. A la segunda: “Creo que tengo una escondida por aquí”. Y ante la atónita mirada de aquella auxiliar cuando le dije “¿Le importa que le ayude?”, finalmente conseguimos un objetivo a priori imposible.
A la hora, una médico muy amable me informó de cómo iba la cosa, y de que le habían pedido un TAC dados sus antecedentes. El hospital estaba colapsado en un desequilibrio por desgracia habitual: demasiados pacientes, desmesurados por la epidemia de gripe (¿no decían nuestras abuelas que la gripe se pasaba en casa?) y plantillas exiguas que hacen lo que pueden, como esos malabaristas de circo que se dedican a mantener 20 platos girando en el aire. Demasiados acostumbrados a trabajar contra el reloj y a no poder disfrutar de lo que haces. 

Como médico, comprendía el sistema pero lo veía como un inmenso luchador de sumo al que le cuesta moverse, y además lo hace con desgana, totalmente comprensible. No es sostenible.
Como hijo, sentía violado el derecho a estar: a estar con mi padre y a estar informado. Y por supuesto tenía miedo de que tuviera una perforación. Los médicos sabemos tanto lo bueno como lo malo.
Como familiar y médico, intentaba canalizar la angustia de mi madre y la frustración de mis hermanos que intentaron escaparse del trabajo cuanto antes.
Tras otras 5 horas finalmente le hicieron el TAC: una piedra en el riñón. Suspiré aliviado, aunque pensaba: “Que crueldad, regalar una piedra en el riñón a un paciente oncológico terminal”. Así que por fin salimos del hospital. De 6.30 AM hasta 6 PM.
Si hubiera escrito este post al día siguiente, seguro que me habría arrepentido porque ante todo, somos personas. Y sentía mucho enfado.
Unas cuantas reflexiones, a saber: no colapsemos el sistema como usuarios, eliminemos las salas de espera y participemos en los cuidados, informemos a las familias y tratémoslas como nos gustaría que nos trataran. Entre todos busquemos las soluciones. Escuchemos todas las voces.
Porque solo una cosa está clara: la enfermedad es un proceso democrático. Es solo una cuestión de tiempo estar tumbado en aquella cama de pasillo bis.
Y no vale decir solo: “Es la vida”. Porque aunque nos cueste hablar de ello, realmente es la vida y la muerte.
Feliz Sábado,
Gabi