Es maravilloso ver cómo las emociones y “el cuidado de lo invisible” como motor esencial de la humanización de la sanidad, forman parte, de forma activa, de todas las propuestas de humanización de los cuidados, y de la Sanidad en general, que estamos viviendo hoy en día. Cada vez es más frecuente oír en boca de los responsables de estas líneas de acción términos relacionados con los estados de ánimo, las emociones, los sentimientos, los procesos de adaptación a la enfermedad, al duelo, relativos a la comunicación interpersonal, a la empatía, la escucha activa, el apoyo emocional… y esto se refleja a su vez en las aportaciones en redes sociales, blogs, páginas web etc.

En las redes hay también un acceso fácil a estos conceptos, son numerosas las páginas web dedicadas a la difusión de la psicología e incluso secciones en los periódicos dominicales. La normalización de estos conceptos y su uso en el lenguaje cotidiano es una excelente noticia, especialmente frente al estigma que habitualmente conllevan los problemas de salud mental.

Sin embargo, es importante huir de un uso de la psicología “a granel” donde todo vale con tal de que quede emotivo, con invención de conceptos, nuevos “síndromes”, o dando por ciertas aseveraciones, que no por repetidas conllevan una evidencia empírica.

Etiquetar es un camino corto que los seres humanos utilizamos para simplificar y comprender la realidad. La etiqueta legitima nuestra idea o concepto sobre algo (le da un carnet de identidad). Eso no es nada malo si se deja claro que esa es su función. El problema surge cuando suponemos que lo nombrado es ya por ello una certeza, sin que detrás exista un desarrollo empírico que lo haya puesto a prueba, establecido una forma de evaluación, y analizado en cómo se relaciona con otros factores de la persona. Cuando utilizamos esa perspectiva en pro de la humanización estamos generando un riesgo. Con buena intención, afán divulgador y de cambio hacia una visión del cuidado centrado en la persona, la difusión de pictogramas, esquemas, posts, etc., basados en conocimientos pseudo-científicos de psicología, resta credibilidad a la H, facilita su encasillamiento como una “moda”, pone el camino fácil a los “vendedores de humo” y se lo obstaculiza a las propuestas serias, objetivables y medibles de acción en humanización. Si además, se parte de ese conocimiento para la realización de acciones sobre las personas, el proceso puede desembocar en intervenciones iatrogénicas sobre la salud emocional de pacientes, familias y profesionales.

La Psicología Positiva también es en ocasiones utilizada en las redes de forma algo temeraria. Existe mucho conocimiento científico sobre el tema y cuando no lo seguimos y simplificamos sus principios ante procesos graves o crónicos de salud-enfermedad, importantes pérdidas, acontecimientos traumáticos, etc., podemos buscar estados de ánimo positivos y de bienestar sin que la persona de forma previa elabore la tristeza o el miedo, buscar la risa antes de legitimizar la pena, pedir resiliencia antes de que la persona sea consciente del proceso de estrés que vive y su forma de afrontamiento… es decir, podemos impedir una correcta elaboración y regulación emocional de los acontecimientos adversos.

Todos los seres humanos somos expertos en emociones, pero los profesionales sanitarios somos además responsables de considerarlas de forma adecuada dentro de un afrontamiento integral de la salud. Sirvámonos de la psicología como ciencia para ello: es parte de nuestro trabajo manejar las emociones de pacientes, familiares y profesionales, hagámoslo con fundamento científico, cariño y cuidado como si de un frágil tesoro se tratara. ¿Acaso no lo es?.

Por Macarena Gálvez