Mucho se habla en los últimos tiempos de personalizar los tratamientos en UCI: personalizar las dosis de antibióticos, personalizar el manejo del distrés , personalizar las estrategias de resucitación…
Obviamente, la cosa va de individualizar. Si consideramos que las enfermedades no existen porque su expresión es diferente en cada persona, está claro que tendremos que intentar entender cómo cualquier enfermedad afecta a cada ser humano. Entender y tratar, porque muchos pensarán que a la gente hay que tratarla como le gustaría a uno mismo ser tratado y creerá que esta es la norma básica de la humanización.
Pero la realidad es que habría que tratar a las personas como a cada cual le gustaría ser tratado. Es decir, la Atención personalizada quizás debería ir enfocada a personalizar a las personas, pero de esto prácticamente no se habla. Volver a poner al ser humano en el centro de la atención significa escuchar y atender sus necesidades, y como siempre, en este juego hay tres partes implicadas: pacientes, familias y profesionales.
¿Por qué es más sencillo hablar de personalizar los antibióticos, el manejo del distrés o las estrategias de resucitación, que personalizar a las personas? Quizás nos cuesta asumir que, como parte del sistema, despersonalizamos o mejor dicho infrapersonalizamos en el día a día.
Y mires donde mires, esto ocurre: en el trato a los pacientes, en la ausencia de escucha activa a los familiares o en las absurdas jerarquías que imperan aún en los hospitales de todo el mundo y nos hacen diferentes, cuando en definitiva somos todos lo mismo. Personas únicas y solo por ello maravillosas.
Poner en valor al ser humano es una auténtica revolución en los tiempos que corren, pero quizás sea la única necesaria para poder evolucionar. Si cada uno de nosotros mostráramos esta genuina disposición de personalizar a las personas, quizás después podríamos intentar personalizar esas otras cosas que verdaderamente no son humanas. Vaya usted a saber, ¡nos gusta empezar la casa por el tejado!.
Y para ello necesitamos herramientas: entrenar la presencia, la escucha activa, la comunicación, la compasión y la bondad amorosa entre otras. Pero quizás sea más sencillo que lo obvio centrarse en lo que nos rodea y echar balones fuera. No obstante, algunos no perdemos la esperanza.
Por Gabi Heras
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