Hace unos días un paciente me ha hecho reflexionar sobre un aspecto de la humanización de la atención de salud que los profesionales tenemos olvidado. Y no es un paciente cualquiera: es Carles Capdevila, periodista y fundador del diario Ara, desde su columna en esa publicación. Y no es una reflexión cualquiera.
Carles Capdevila está transitando por un proceso oncológico. Desconozco los detalles pero, por el contenido de su escrito, infiero que ha sido sometido a algún tipo de tratamiento que lo ha mantenido alejado de sus rutinas, rutinas que ahora está recuperando. Y ahí está el quid de la cuestión.Él pone el foco en eso que los profesionales de la UCI estamos olvidando: la importancia de lo cotidiano y la importancia del soporte social. Su artículo, que recomiendo encarecidamente, se titula El placer de volver a la feliz rutina diaria y a mí, qué quieren que les diga, hay algunas frases que me sacuden, suavemente, pero me sacuden. Y me estrujan el corazón.

Capdevila explica que ha vuelto a trabajar en el periódico, a escribir. Según sus propias palabras, “la ternura tranquila de las cosas de cada día” da seguridad y que, aunque “te la juegas a diario”, el hecho de estar entre amigos y saber que “juegas en el propio terreno” te hace estar tranquilo. Y termina su texto con un “Bienvenida rutina viva”. Ahí queda eso.

Fuente: automotivacion.net

 

Desde mi punto de vista, esto es aplicable también al paciente crítico y sus familiares. Lo sabemos todos, las UCI, por regla general, separan al paciente de esas rutinas y de su soporte social.Por tanto, a una persona en una situación ya de por sí dura de afrontar le retiramos algunos de los palos que le aguantan el sombrajo. Y quien habla de rutinas y de redes sociales habla también de cosas menos tangibles como por ejemplo las conversaciones habituales, los silencios compartidos, las compañías, los rituales… Porque sumergirse en lo cotidiano ayuda a mantener la cabeza sobre los hombros.

La cotidianeidad desdramatiza las situaciones extraordianarias, lo rutinario ayuda a gestionar el estrés, mantiene a raya un exceso de estímulos que nos situarían en un estado de alerta, cuando menos, fatigoso. Y los amigos, los colegas, los seres estimados suelen tener la capacidad de hacernos sentir que no va a pasarnos nada malo. Casi nada.

Y yo me pregunto, los profesionales de la atención al paciente crítico, ¿somos conscientes de esta realidad? Sospecho que no. Hace unos años, en un proyecto en el que se promovía la atención a los familiares del paciente crítico en una UCI, una de las acciones que se puso en marcha fue la ampliación de los horarios de visita. Al hilo de esto, un profesional se quejaba de que el marido de una paciente llegaba, se sentaba junto a ella y ambos se ponían a leer toda la tarde, “…y no le hace ni caso ¿para qué viene?”. “Hombre” – pensábamos algunos- “tal vez es así como habitualmente pasa la tarde esta pareja de ancianos. Qué buena noticia que sigan con sus dinámicas, señal de que están a gusto”.

Por tanto, mi propuesta es buscar de qué manera podríamos acercar sus rutinas a nuestros usuarios. Las que sean, algunas, las más factibles, por pequeñas que nos parezcan, desde visitas a cuadernos de dibujo, desde estampas a infusiones calentitas de esa mezcla de menta-con-lo-que-sea que le gusta tanto a María del box 7. O música, o la tablet con el dropbox con fotos de los nietos. No creo que sea necesario montar una investigación para buscar los beneficios de todo esto.

Nos basta con aplicar el sentido común, ¿o no?
Directora de Enfermería