Nadie habla ya de nosotros, los de la UCI.

El tedio generado por la pandemia y el exceso de información desde los medios ha provocado una anestesia general. Las cifras no duelen, aunque escondan miles de dramas humanos. Si te toca la desgracia de vivir o morir esta enfermedad, entonces si. Ahí si te acuerdas de la mascarilla, los confinamientos y la distancia.

Es tiempo de poner el piloto automático para intentar sobrevivir en un mundo paralelo de UCI saturadas en todos los rincones del planeta. Hablo con frecuencia con compañeros sanitarios de Brasil, Chile, Francia, Estados Unidos, Italia, Colombia, Argentina, Portugal o Reino Unido. A pesar de la distancia, nunca nos sentimos tan unidos en la adversidad y la incomprensión, y tan definidos por una palabra común: hastío.

Nadie vio ninguna autoridad competente pisar la UCI para conocer la realidad y escuchar a aquellos que otrora eran admirados. Ya no suenan los aplausos ni se ven vecinos en los balcones. Pasó lo que nunca debió de pasar: nos olvidaron. Nadie recordará el esfuerzo que supuso para los trabajadores sanitarios esta desgracia. Y hasta cierto punto es normal: parecen más importantes las elecciones o con qué medida estrafalaria nos sorprenderán los que llevan el volante.

O quizás si. Los miles de personas que de una manera o de otra, con un final u otro, compartieron tiempo y espacio con nosotros, y que en definitiva son, han sido y siempre serán, nuestra razón de ser y de estar en el mundo.

Todo pasará porque la vida siempre sigue adelante, aunque no sepamos cuántas olas nos separan de la normalidad. Curaremos nuestras profundas heridas y recordaremos la extraordinaria aventura que nos tocó vivir. Luciremos cicatrices en el cuerpo y en el alma y nos tocará resucitar. No nos queda otra. Cruzamos los dedos para que la vacunación haga su labor cuanto antes, porque eso es lo único que vaciará las UCI de todo el mundo.

Mientras tanto, pueden encontrarnos donde habita el olvido.

Por Gabi Heras