He leído una noticia que da que pensar y que sentir.
Una anciana de 90 años es diagnosticada de cáncer uterino. Y como cualquier diagnóstico va acompañado de una propuesta de tratamiento, en este caso cirugía, radiación y quimioterapia.
Le explicaron con meticulosidad los detalles, el tratamiento, los efectos secundarios.Y al finalizar, la paciente (se llama Norma) dijo:
“Tengo 90 años, me estoy muriendo, pero no pienso hacerlo en un hospital lejos de mi familia’.
Decidió rechazar el tratamiento y hacer un viaje en caravana por EEUU con su hijo, y disfrutar del tiempo que le quedaba en compañía de su hijo.
Decidió amar la vida.
Al principio, sus médicos no entendían su decisión. Pero luego comprendieron:  a veces se gana perdiendo.
En ocasiones, los médicos estamos tan centrados en hacer diagnósticos y tratamientos brillantes que podemos olvidar lo importante. Aquello de que “los árboles no nos dejan ver el bosque”.
Todas las personas tenemos una biografía: un pasado, una familia, unos sueños, unas ilusiones, una forma de vivir la vida…
Y deberíamos aprender a tomar decisiones compartidas con los pacientes: escucharles para entenderles, valorarlos de forma global, y no como una enfermedad. Y , aunque nos cueste, aceptar el rechazo al tratamiento de personas informadas, competentes, autónomas y que son consecuentes con sus decisiones.
Se trata de tratarles como les gustaría ser tratados a ellos, no a nosotros.