Hace la friolera de casi 30 años que decidí dedicar mi vida profesional a tratar a los pacientes más graves.

Ser médico intensivista durante todos estos años ha sido fuente de un montón de experiencias, la mayoría positivas, que me han hecho crecer como médico y, sobre todo, creo, como ser humano. Con los años he aprendido cosas que no me enseñaron en la facultad de medicina ni durante mi periodo de residencia. Descubrí que detrás de la técnica, los números y los aparatos (que me apasionan) siempre hay un ser humano y una familia que sufre. Descubrí también que la sanidad no son los hospitales, las consultas, las camas ni las máquinas, sino los profesionales que llevan todo adelante; esos seres humanos que, trabajando en equipo, son capaces de atender, cuidar, acompañar, consolar, en definitiva, de ayudar a otros seres humanos en momentos delicados de su biografía.

Desde el Proyecto HU-CI, hemos promovido en los últimos años la H-evolución en las unidades de cuidados intensivos. La realidad de nuestras unidades está cambiando de forma progresiva, y parece que sin retorno, hacia una visión centrada en las personas, en sus necesidades no solo científico-técnicas sino también humanas (físicas, psicológicas y espirituales). Y este foco en lo humano incluye no solo a los pacientes, sino también a sus seres queridos (unión indisoluble) y a los propios profesionales, sin los cuales cualquier empresa sería imposible.

La actual pandemia #COVID19 nos está mostrando la vulnerabilidad del sistema; lo frágil que puede ser, no solo la vida humana (eso ya lo sabíamos), sino la estructura que nos sustenta. Pero también está poniendo de manifiesto la grandeza del ser humano, características propias a su esencia pero que habían quedado ocultas, sepultadas por la prisa, el consumismo o el individualismo imperante en nuestra sociedad. Hablo de la solidaridad, la abnegación, el sacrificio, la confianza, el ingenio, la disponibilidad, el arrimar el hombro, el sumar y no restar, el apoyo mutuo, el abrazo (virtual por ahora), el consuelo… Son tantas las virtudes que han aflorado, que nos hacen creer que saldremos fortalecidos como sociedad, aunque la factura que tengamos que pagar sea importante, en vidas y en secuelas de toda índole (físicas, psicológicas, económicas) y en todos los colectivos (pacientes, familias, profesionales, ciudadanos).

En las HUCI parece que hemos sufrido una especie de aparente “H-involución” durante estas semanas. Muchas de las medidas y buenas prácticas de humanización implantadas durante estos años han quedado en “pause”, suspendidas hasta nueva orden. Ello nos ha hecho reflexionar. Nos hemos dado cuenta de que ya no podemos trabajar bien sin ellas, que las echamos en falta y las necesitamos. Y eso no nos gusta. Pero la “buena noticia” (como diría Gabi) es que las recuperaremos con más fuerza y que en el “mientras” surgen ideas e iniciativas que las suplen, gracias a ese esfuerzo colectivo, a esa solidaridad y al ingenio de muchos.

Desde hace unos días se me amontonan en la mente un montón de “no me gusta” y no se me van de la cabeza. Sin embargo, simultáneamente, he visto que tras esos “no me gusta” aparecen unos “pero” que suavizar o endulzan la frustración. Permitidme compartir alguno:

  • No me gusta que la mascarilla ensordezca mis palabras y oculte mi sonrisa, pero puedo hablar más fuerte y los ojos también pueden sonreír.
  • No me gusta que el doble guante amortigüe mis caricias, pero si son sinceras el paciente las nota igual.
  • No me gusta no tener tiempo para escuchar y hablar con los pacientes, pero puedo aprovechar mejor esos escasos momentos (ellos comprenden la premura).
  • No me gusta no poder conversar con las familias cara a cara, pero la tecnología puede echarnos una mano.
  • No me gusta no poder abrazar a mis compañeros cuando la desolación nos abate, pero hay miradas que lo dicen todo.
  • No me gusta no llegar a todo y no controlar la situación completamente, pero existen compañeros antiguos y nuevos en los que depositar la confianza.
  • No me gusta no compartir con las familias el día a día y los cuidados, pero es necesario protegerles.
  • No me gusta que los pacientes fallezcan sin sus familias, pero nosotros les agarraremos fuerte la mano y les cerraremos los ojos.

Llegará el día en que vuelva la calma y el orden, las sonrisas, las palabras pausadas, las conversaciones, las caricias y los miles de abrazos que nos debemos, y los valoraremos mucho más, porque sabemos, a precio de sangre, sudor y lágrimas…

Lo que vale perderlos.

Por Ángela Alonso