Ha pasado ya un año desde el primer paciente que ingresó en mi UCI. En este año ha cambiado mucho la manera que tenemos de trabajar, la manera que tenemos de enfrentarnos a la vida y a nuestro trabajo.

Recuerdo aquel día en el que subió a la UCI el primer caso de COVID-19 y como tras él, en apenas 5 días ya no teníamos espacio para nadie más en nuestra pequeña UCI; cómo en diez días lo que es el área de Cirugía Menor Ambulatoria, se convirtió en una UCI improvisada, un espacio diáfano en el que nada se escapada a la contaminación por la COVID-19. Compañeros de quirófano fueron brutalmente sacados de su servicio, les cambiaron los horarios y empezaron a ser una UCI, de la noche a la mañana.

Recuerdo la sensación de desanimo al ver tantas personas muy graves y la sensación de no llegar, de ir siempre por detrás de la enfermedad.

Recuerdo horas eternas con los famosos EPIs puestos. No podíamos mal gastarlos, ya que sólo tenías uno para las doce horas. Calor, agobio, miedo, cansancio y mucho estrés.

Veía 25 camas con personas casi todas boca abajo, hinchados y la sensación de que no se podía hacer gran cosa por ellos.

Pasaban las semanas y el pánico, por esto nuevo que estaba pasando, se empezaba a apoderar de muchos de nosotros. Un virus nuevo, pero viejo, una enfermedad desconocida caminaba a sus anchas por el mundo, no teníamos ni idea de como tratarlo, sólo veíamos que la gente moría, daba igual lo que hicieras, porque al final casi todos morían.

Cada día antes de salir del hospital, nos duchábamos frotando fuerte para evitar que pudiéramos llevar a casa, eso que estaba haciendo estragos. Las fuerzas mermadas, pero con la sensación de estar haciendo algo grande, fuera sólo había un tema que escuchar, leer y del que hablar.

Y de repente pasamos a ser héroes, la gente nos aplaudía cada tarde a las ocho. Recuerdo que se me saltaban las lágrimas con cada palabra de ánimo que nos daban.

Pero resulta que no lo somos, sólo hacemos aquello que siempre hemos hecho. Somos seres humanos que cuidamos de otros, pero que durante mucho tiempo se nos ha olvidado cuidar de nosotros mismos.

Con todo esto que está ocurriendo, también ha sido notable que no somos los únicos que no nos cuidamos. Nos hemos dado cuenta de que las grandes instituciones, realmente no cuidan uno de los capitales más valiosos que tiene nuestro sistema de salud, sus profesionales sanitarios.

Todo aquello que pasamos en este tiempo ha dejado huella en nuestros cuerpos, mentes y corazones. Llega la temida tercera ola y la cuarta y nos enfrentamos con miedo a lo que pueda acontecer. Sentimos que, tanto en los centros públicos como privados, se nos trata como mera mercancía, da lo mismo donde te pongan a trabajar, sigue dando igual. Y la gente está cansada, sienten ansiedad, dolores en el cuerpo, insomnio y ganas de dejarlo.

Es necesario recordar para qué vamos cada día a trabajar, recordar lo importante que es esto que hacemos.

Pero siento que esperar a que el gerente de tu hospital crea que invertir dinero en que su gente este mejor, que por parte del gobierno inviertan esfuerzo y dinero en ver las grietas de una sanidad que se siente enferma, es una utopía. De manera que está en nuestras manos el poner el foco en nosotros mismos.

Para saber que necesitas, has de parar y mirar dentro. Para ello hay herramientas fantásticas como la meditación.

Cuando todo lo que nos rodea es caos, sólo nos queda la opción de apelar a nuestra fuerza interior. Si cada uno de nosotros limpia su pedacito de terreno, el planeta entero estará limpio. Si cada uno se para a observar que ocurre en su corazón, en su cuerpo y se ocupa de encontrar ese equilibrio que le pueda llevar a estar más saludable a todos los niveles. Toda la sociedad sería más empática y compasiva.

Es el momento de que paremos y de verdad miremos qué podemos hacer para sanarnos, qué está en nuestra mano para sentirnos mejor.

Si aprendes a cuidarte, a dejar de criticarte, a darte mimos de verdad con el corazón abierto. Entonces tu actitud y tu manera de ver lo que te rodea también cambiará. Que bueno sería que todos pudiéramos hacer algo así.

Por Lucía Escribano