Imagina.
Sólo imagina por
un instante que no puedes moverte.Que tu cuerpo yace inerte en una superficie
dura.
Puedes oír, puedes ver, a veces conectas con tu alrededor…pero otras no.
Vuelves a cerrar los ojos y vuelves a sumirte en la más pura y silenciosa oscuridad.
Pero estás ahí:  vivo,
viendo y oyendo, pero sin poder hablar, ni moverte. Notas algo extraño en la
garganta, quieres gritar, quieres llorar, quieres quejarte, quieres moverte…pero
no puedes.
Quieres saber qué pasa
ahí, dónde estás, qué ha pasado y por qué. Quieres saber quiénes son los que se
mueven a tu alrededor, qué es lo que hacen y porqué a veces te miran de esa
forma. Pero aún quieres saber más, quieres saber por qué demonios a veces
utilizan ese tono de voz como quien quiere evitar que un jarrón de porcelana se
rompa.
Y entonces te das cuenta:
No puedes comunicarte, y tienes
mucho, mucho miedo. Un miedo helado que te perfora por dentro.
De repente escuchas: “Tranquilo,
es un tubo que tienes en la boca que te ayuda a respirar. ¿Me oyes? ¿Tienes
dolor? Va todo bien. Cierra los ojos si escuchas mi voz. Apriétame la mano si
tienes dolor. Estás…en la UCI”.
A veces, algo tan
sencillo como parpadear se vuelve imposible
para un paciente crítico sedado y analgesiado hasta la
médula. Muchas veces apretar levemente una mano y moverse es algo que no está a
su alcance.
¿Somos conscientes el
personal sanitario de la impotencia,
del dolor y el sufrimiento físico y emocional
que sienten este tipo de pacientes? ¿De cómo muchos de ellos se resquebrajan
por dentro a pesar de que nos esforcemos por evitarlo? ¿Somos conscientes de
los mil gritos que se agolpan en sus gargantas queriéndonos gritar que no están
bien, que tienen dolor, miedo y angustia y que quizás se quieran ir de aquí, literalmente,
en cuerpo y alma?.
Yo creo que no.
Creo que muchas veces no somos conscientes y cometemos el gran error de
entrar en la habitación como autómatas sin dedicar ni un triste minuto de
nuestra jornada laboral a
acercarnos a la cama, coger de la mano sin
guantes
, y sentirlos.
Sí.
Sentirlos y que nos
sientan. Decirles que estamos ahí. Que aunque no nos vean ni escuchen estamos ahí a su lado. Muy cerca de ellos. Informarles también, de
que si no ven, ni oyen, ni sienten a su familia continuamente o amigos a su
alrededor, es porque hay un horario de visitas. Decirles qué hora es, qué día…
o algo tan sencillo como presentarnos.
Permanecer a su lado un
minuto, sólo uno.
Y tocarles un hombro. Y mirarles a los ojos. Y sentir cómo
respiran. Solamente sesenta segundos.
Porque estoy segura, segurísima, de que
eso también debe formar parte de los cuidados de élite que queremos prestar día
a día. Estoy segura de que si
esta “sedoanalgesia humana” se vendiera en farmacias y formara parte de
nuestra lista de medicamentos a administrar, curaríamos cuerpos y almas.
La frustración y el
estrés que sentimos muchas veces los profesionales sanitarios a la hora de
comunicarnos y tratar a este tipo de pacientes es considerable. Pero mi miedo se transforma si le pierdo el miedo.
Hace unos días escuché
cómo el hermano de un paciente intubado se acercaba a él, le
cogía de la mano y le susurraba: “No te preocupes, tú piensa, que yo te
escucho”.
Me pregunto en voz alta: ¿Realmente pensamos nosotros en este pequeño detalle?
Ojalá pudiera gritar y responder un sí rotundo. Pero creo que solo puedo
susurrar “algunas veces”.
Medicación y tecnología a
la última sí…pero recuperando esa sensibilidad y humanidad que no sé donde se ha escondido.
Natalia Salgueiro
Martínez (@Nalatysalgue)
Enfermera de UCI.
Policlínica Miramar, Palma de Mallorca