No sé si estarás de acuerdo o no, pero creo que todo libro hecho desde la honestidad de lo que somos, no es más que un acto de entrega. Una rendición sin condiciones a la corriente que nos lleva, vaya donde vaya, lleve lo que lleve en sus aguas. Se trata en el fondo de una vez entregado lo que a uno le es propio en su experiencia, apartarse, estar presente y escuchar lo que viene de Más alto que el aire para dejarlo pasar a través tuyo como hace el escriba que da fe de lo dictado.
A veces, el acto de entrega es tan potente y sincero que al encender el corazón y dejar que el calor llegue al alma, uno consigue desatar nudos imposibles, deshacerse de cargas milenarias, y al vaciarse de tanto peso, tender espacio a lo nuevo que, como una cascada, limpia nuestro interior de miasmas y desechos. Lo mejor de todo entonces es que no haces nada, porque aunque en mi caso pasara por la tristeza, el anhelo, la desesperación, la alegría y el amor cuando escribía, nada de eso me desnortaba, pues siempre había un propósito, una misma fuente de la que manaban las palabras con la misma energía que, como por encanto, quedó transmitida a este conjunto de piezas que he dividido en tres partes: luz, vida y amor. Luz, lo que llevamos dentro. Vida, todo aquello que nos rodea y adonde enfocamos nuestra luz. Amor, el estado que convierte a tu vida en una obra de luz.
Cuando terminé o más bien terminó este libro, al releerlo descubrí que no reconocía a Javier tras la mayoría de estos escritos. Había algo que no me era propio, una intención que estaba más allá de mi encomio. Por eso, tras titular los textos, me di cuenta de que todos los encabezamientos conformaban un libro dentro de otro libro, y que éste tenía también pleno sentido. Eran eslabones de una cadena, de un breviario de ruegos u exhortaciones que además de resumir la esencia de cada texto, de alguna manera querían animarte a ti, lector, a que lleves a tu vida algunas de las cosas que en estas páginas se dicen, al igual que yo intenté ponerlas en práctica con mejor o peor suerte.
Quizá lo más importante que pueda decir sobre Más alto que el aire es que durante el tiempo en que las palabras fueron derramándose del cántaro divino, me ayudaron a superar momentos duros, a encontrar el equilibrio, a vaciarme de emociones para luego llenarme de amor. Fue una sanación que facilitó el volverme a encontrar con el ser que había perdido en las hogueras y las cenizas de la tierra.
Por eso lo que me haría más feliz es que este libro cumpliera con el fin para el que probablemente me fue susurrado. Iluminar tu propia luz, darte pistas y señales de la gloria que te habita y que habita el mundo, dejar caer miguitas que marquen un camino que pueda guiarte a estar más en sintonía contigo y con el nuevo mundo que llega, emergido de entre las ruinas de los antiguos castillos tenebrosos que construyeron para dominarnos. Porque hora es ya de ser faros, hora es ya de enfocar la luz al resto de náufragos que tantas veces somos.
Si fuera un médico del alma, te diría que este medicamento no tiene contraindicación, que puedes ingerirlo en una o varias tomas; por la mañana, por la tarde o a la noche antes de dormirte, como si de una infusión relajante se tratara. No me opongo a que lo tengas como libro de cabecera, más bien me soplaron una vez en sueños que a más de uno puede que hasta leer alguna de estas páginas, le conforte. Ojalá.
En todo caso, y como pregonero, espero y deseo que con cada una de tus lecturas, se abra, y esto es lo hermoso, el mundo nuevo que nos aguarda.
Javier Expósito
Poeta, escritor y periodista
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