En mi boca una sensación dolorosa que me quema por dentro. Mis mejillas se sienten ajustadas a la presión de algo que me sujeta alrededor de mi cara. Con mucho esfuerzo, abro mis ojos. El ruido no cesa. Intento moverme y no puedo. Mis manos pegadas a la cama sujetadas en mis muñecas. Y reacciono…
Mi existencia yace desnuda y vulnerable en una cama, adornada de cables, maquinas y aparatos por doquier. De lejos escucho una voz que grita: “La cama tres se despertó”, alguien desde otro lado le responde “Seguí con lo tuyo no más, esta atada”.
Alguien se acerca, me mira, toca mi pie y me dice “Tranquila”. Esa irónica palabra que escuche mas de 100 veces mientras estuve en ese lugar.
Y ahí estoy, en ese rincón, cada hora intentando mantener contacto con cada uno que pasa a los pies de mi cama. Mirando el techo y mi alrededor. Sola, ausente para el mundo, absorbiendo la apatía, el adormecimiento de las emociones y el sentimiento de que a nadie le importas.
Cada día que pasaba, mi mente y todo mi ser se aferraba a una imagen del majestuoso cielo, en noches oscuras, en la calidez de una manta en el suelo, contemplando el brillo de las estrellas y vos a mi lado.
¿Acaso era tan difícil que le permitieran quedarse unos minutos más? ¿Tan difícil explicarle con palabras ajenas al lenguaje medico mi situación actual? ¿Tantos los enfermos que atender? ¿Tan difícil consolar? ¿Tan difícil sentir compasión?.
Natalia Figueroa
Lic. en Enfermería
Instructora del Curso Enfermería en Cuidados Críticos SATI
Los pelos de punta. Desde dentro. Gracias.
Vello de punta, Natalia. Que por cierto me llamo y me apellido como tú. Gracias