La sala de la UCI daba a un jardín anexo al pabellón psiquiátrico. Era un edificio vetusto, de fachada modernista, que en el pasado había albergado a enfermos de tisis y tuberculosis. El jardín era un pedazo de tierra marchita y exhausta. En ocasiones se escapaba algún interno y lo pillaban allí, dando vueltas, murmurando y moviendo los brazos. Les recriminaban su locura, pero ellos iban a lo suyo.

En la penumbra de la UCI me los imaginaba en aquel jardín, con sus pies desnudos y sus pijamas blancos, escuchando con asombro a los grillos, un poco desamparados, dando pasos titubeantes en el Paraíso.

Por Miguel Paz