Código sepsis, código ictus, código politraumatismo, código infarto….
Empieza la cuenta atrás, ¡el tiempo es vida!. Y el reloj es nuestro peor enemigo, nuestra opresión. Nos encorseta en la rigidez de un protocolo, en una rapidez que paraliza la reflexión, en una anulación del pensar y del sentir humano.
Dejamos de ser médicos, profesionales y nos volvemos máquinas de protocolos.
Y yo lo comprendo… La sanidad es insostenible y debemos buscar las formas de ser más eficientes.
Los códigos y protocolos son una herramienta de gestión muy potente para disminuir la variabilidad, para asegurar la mejor asistencia para la mayoría de pacientes ( disminuir la mortalidad en el infarto, en el ictus).
Pero todas las acciones tienen daños colaterales inesperado: sobrediagnósticos, falsos positivos, sobretratamiento.
En el artículo recientemente publicado en Mayo Clinic Proceedings Agressive mesures to decrease “door to baloom” time and incidence of unnecessary cardiac resuscitation : potencial risks and role of quality improvement” ponen en evidencia que una estrategia que pretende ser beneficiosa para todo tiene efectos colaterales
Aquí es donde yo me pregunto, ¿es ético asumir esos daños colaterales por el bien de la mayoría de la población? ¿No entran en conflicto la beneficencia y justicia a nivel poblacional con el principio de no maleficencia a nivel individual? ¿Está el profesional sanitario dispuesto a asumir estos efectos colaterales?.
Probablemente si lo miráramos desde la perspectiva de la macrogestión contestaríamos que sí, que es del todo lícito, por la magnitud de la beneficencia. Pero si lo miramos desde la perspectiva de la microgestión, o sea desde el profesional de a pie, contestaríamos que no, que no estamos dispuestos a asumir que a nuestro paciente, ese que está a nuestro cargo y delante nuestro, va a sufrir ese efecto colateral evitable… Porque los profesionales tenemos en nuestro código ético y deontológico, ¡primum non nocere!
Yo no soy contraria a los códigos ni a las estrategias de gestión sanitaria: pienso que son muy útiles y que bien hechas y planeadas son de gran valor. Pero si soy contraria a la falta de reflexión, a la falta de autonomía del profesional, a la falta de individualización, a la despersonalización…
Y eso no está en los protocolos, eso es innato a la profesionalidad y al profesionalismo. Valores importantes ( y en crisis) de nuestra profesión.
Se deben evaluar las estrategias, e implementar las mejoras necesarias para minimizar esos “efectos colaterales” .
Compañer@s: en épocas de gestión la reflexión, la evaluación de la calidad y el profesionalismo son urgentes.
Buenas tardes a tod@s.
Si de algo adolece un protocolo es de no ser garante de autonomía alguna. No es su fin. Este radica en garantizar un bien hacer sin distingos y con proyección universal.
Estimada Olga. ¿Conoces algún protocolo, de cualquier tipo, que en su encabezado recoja que todo lo que ahí queda recogido será DADO A CONOCER AL PACIENTE ANTES DE SU APLICACIÓN? Yo no. Se da por sentado, que como profesionales, esa labor nos compete sin necesidad de advertencia previa. He ahí nuestro “margen de maniobra”, donde se encuentran la reflexión personal y la autonomía profesional. Por eso, como bien dices, eso es inherente (no lo consideraría innato porque nos lleva muchos años aprenderlo) a nuestra profesión, ya que desde VALORES, se desarrollan PRINCIPIOS.
Asumir la aparición de “efectos colaterales” se da en toda labor profesional (definida como aquella que tiene relevancia SOCIAL). Nada sin relevancia social tiene efecto derivado sobre la gente. Y te parafraseo: “Se deben evaluar las estrategias, e implementar las mejoras necesarias para minimizar esos "efectos colaterales"…….. ¿y para que sirven si no los protocolos?
Por último, también me queda claro. Profesional reflexivo aspira a la calidad en su mas alto nivel: la excelencia. En épocas de “mala gestión” tenemos la mejor oportunidad de ser EXCELENTES.
Gracias.
Félix José Martín Gallardo.
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