“Todos están contentos porque ya estoy fuera de peligro, y sin embargo yo siento que ahora tengo una enorme y empinada escalera delante de mi…”.

Gracias a los avances científico-técnicos, las UCI consiguen índices de supervivencia cada vez más altos. Sin embargo, desde una visión integral de la salud y de la continuidad asistencial, la atención a la salud emocional en la UCI y el seguimiento post-UCI se está planteando como algo totalmente necesario.

Son muy variadas las circunstancias, gravedad y pronóstico del paciente crítico en su evolución emocional. Durante el ingreso en UCI serán frecuentes reacciones de miedo, inseguridad, ansiedad e incertidumbre. Durante los estados de semi-consciencia (debido a la enfermedad, sedación, etc.), la persona recibe estímulos externos procedentes de diferentes fuentes (ruidos ambientales, fragmentos de conversaciones del personal sanitario y de familiares…), y su cerebro realiza un puzzle con esas piezas para poder darle sentido. El dibujo resultante puede ser amenazante o positivo, en función de las características externas (del contexto ambiental, tratamiento y técnicas clínicas empleadas) e internas (dolor físico, inestabilidad psicológica previa, historia personal…).

Es importante comprender estas emociones como respuestas “normales” a una situación altamente excepcional. No se trata de trastornos psiquiátricos sino de respuestas adaptativas del organismo, pero esto no quiere decir que no haya que atenderlas. Todo lo contrario, su manejo, control, comprensión, y no cronificación será esencial para prevenir problemas en un futuro, y suponen un reto para los profesionales sanitarios que tienen que abordarlas junto al resto de sus tareas clínicas. Cuando esos intentos adaptativos no funcionan o existen otras circunstancias que incrementan la vulnerabilidad emocional de la persona, el riesgo de Síndrome Post Cuidados Intensivos (PICS), y quizás de un posterior Trastorno de Estrés Post Traumático (TEPT) se hace especialmente patente.

Para analizar estas situaciones se han desarrollado en los últimos años un gran número de investigaciones. En un meta-análisis de Parker y cols. sobre 3.400 pacientes y 40 estudios se concluye que existen prevalencias relativas a sintomatología de TEPT que oscilan del 25% al 44% en los primeros 6 meses post-UCI y del 17% al 34% en los 7 a 12 meses tras el alta en UCI.

Si bien, la causa final no está aún totalmente consensuada, los autores señalan como factor de riesgo para la sintomatología de TEPT algunas pautas de sedación con benzodiacepinas, así como la existencia de psicopatología previa, recuerdos de experiencias traumáticas en UCI y peor calidad de cuidados.

El meta-análisis revisa una selección de medidas preventivas que pueden reducir significativamente esta problemática. Entre éstas, destaca la incorporación de Diarios de UCI” que los familiares, con la ayuda del personal sanitario, pueden completar secuencialmente a lo largo de la estancia del paciente para recoger las situaciones, evolución y decisiones que se produzcan, y así facilitar al enfermo la comprensión, el recuerdo y posterior sentido de lo vivido. La entrega de un “Manual de auto-ayuda y rehabilitación”, parece tener adecuado efecto a corto plazo (2 meses), aunque pierde capacidad preventiva más allá de los 6 meses. Paradójicamente, señalan que la continuidad de cuidados mediante una “Consulta externa de enfermería”, no reduce significativamente la sintomatología de TEPT. Desde nuestra perspectiva, este resultado hay que analizarlo teniendo en cuenta que el seguimiento que plantean los autores tiene como finalidad la detección temprana de problemas (elemento que se realiza con gran éxito desde este tipo de consultas de enfermería), y no tanto una intervención especializada en su reducción, para lo que probablemente sea necesaria otro formato de consulta externa con líneas de intervención multidisciplinares.

Los autores concluyen que si sabemos que aproximadamente 1 de cada 5 pacientes de UCI desarrollarán sintomatología de TEPT tras un año de haber estado ingresados en la unidad, las intervenciones para disminuir la morbilidad psiquiátrica en estas personas es algo urgente.

Desde esta perspectiva, el apoyo y la formación al personal de UCI en competencias emocionales para la interacción con el paciente (incluso en situaciones de sedación o aparente falta de consciencia), en salud mental y detección temprana de sintomatología, la facilitación de la creación de “Diarios UCI”, el seguimiento de los pacientes durante y después de su estancia en UCI mediante Consultas del Síndrome Post Cuidados Intensivos , y la colaboración de psicólogos y psiquiatras con el equipo de cuidados intensivos, se plantean como caminos a seguir para hacer esa “escalera” menos empinada.

Macarena Gálvez Herrer, doctora en psicología clínica y de la Salud. Miembro del equipo docente y de investigación Proyecto HU-CI.