¿Te has visto a ti mism@ alguna vez diciendo “no aguanto más”, “no me pagan por esto”, “no merece la pena”, “me cambio de Servicio” o incluso, “dejo esta profesión”?. Un alto porcentaje de los profesionales que trabajan en UCI si lo han hecho.

Este deseo de abandono aparece asociado a la insatisfacción laboral, a la desmotivación y al desgaste profesional (burnout). Es normal ¿no?: si nos quemamos quitamos la mano. La necesidad de distanciarse del contexto del trabajo, de las interacciones personales difíciles que en él se producen, de la dificultad en el manejo de la carga de trabajo y de las demandas emocionales del mismo; la necesidad de huir de la sensación de inequidad entre el esfuerzo cotidiano y la recompensa recibida, hacen que el profesional desee escapar de todo ello.

No podemos comprender estas situaciones sin atender a sus principales factores desencadenantes: variables procedentes de la tarea, de la organización del trabajo, de una mala definición de funciones, escasez de recursos personales y materiales, prioridades de gestión poco compatibles con prioridades asistenciales… Todo ello es clave en el proceso de desgaste, y en la pérdida de expectativas profesionales.

Sin embargo, la dedicación profesional es siempre personal. Buscamos lo gratificante de la adquisición y aplicación de destrezas clínicas y técnicas, el conocimiento científico, el servicio, el valor social del trabajo realizado… pero sobre todo ello, la profesión sanitaria es el contacto con el “otro”, con otro ser humano en circunstancias de sufrimiento y ante el que, a través de la profesión, conectamos, comprendemos su sufrimiento e intentamos aplacarlo.

Es decir, existen factores externos e internos que nos van a conectar con “lo bueno” y “lo malo” de este trabajo, y que nos motivarán (o no) a seguir en él. Hablamos así de dos tipos de motivación como dos motores complementarios para la acción.

* Motivación extrínseca: Viene determinada por factores externos a nosotros mismos pero esenciales para el bienestar en el trabajo como son el salario, el reconocimiento externo, la promoción, incentivos derivados de una acción… Permite atender necesidades básicas, incrementar nuestro interés, informarnos del alcance de objetivos, da satisfacción a corto plazo y puede ser punto de partida para la motivación intrínseca.

* Motivación intrínseca: Como su propio nombre indica, proviene de nuestro interior. Implica la realización de una tarea o conducta por motivos y satisfacción propia, supone involucrarse, buscar retos en los que ejercitar las propias competencias (emocionales y técnicas) y genera bienestar a largo plazo.

Necesitamos ambas, pero podemos influir sobre todo en la segunda. Sabemos que es determinante en el bienestar emocional en el trabajo, en la vida en general, y un factor protector frente al burnout. Para echar gasolina a este motor tenemos que ser capaces de definir nuestros intereses, valores personales y las propias metas, reconociendo los desafíos y las habilidades que requerimos para afrontarlas y buscándolas a través de la actividad profesional. Solo así podemos disfrutar de la experiencia que el trabajo nos puede producir. Buen propósito para el nuevo año: buscar nuestra motivación intrínseca.

Recuperar la humanización en el trabajo con pacientes críticos, sus familias y el propio equipo de UCI puede ser un ejemplo. Nos conectará con la esencia por la que elegimos una profesión de ayuda: nos conectará con “el otro” dando sentido a nuestra actividad. Considerarnos también a nosotros mismos desde esa perspectiva compasiva, permitirá el auto-cuidado, facilitará querernos a nosotros mismos un poquito más y con ello, sentirnos fuertes ante la adversidad para no tirar la toalla.

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Macarena Gálvez Herrer

Doctora en Psicología Clínica. Miembro del equipo docente del Proyecto HU-CI