Escribir sobre un error propio y realizar autocrítica siempre es más complicado que hacerlo sobre un acontecimiento positivo. Yo he tomado la “arriesgada” decisión de escribir sobre un error. De alguna manera recordar implica revivir, hacer presente algo que ha sucedido y no solo en su contenido racional sino también en el emocional.
Empatizar es una cuestión doble: emocional y racional.
Intento llamar la atención sobre la importancia de nuestra labor como enfermeras y la conciencia de la total “entregabilidad” del paciente en nuestras manos en una faceta muy importante de nuestra forma de atender a las alteraciones de salud en nuestro entorno sanitario: la administración de fármacos.
Quería elaborar este escrito porque uno puede suponer que un error en la administración solo puede ocurrir en personal en formación con poca experiencia, al inicio de la vida laboral, quizás. En mi caso particular no fue el desconocimiento del fármaco en cuestión, ni la dosis administrada, ni la hora, ni el paciente, ni la vía de administración (por recordar la regla de las cinco comprobaciones). Se trató únicamente de un error en la manipulación de una bomba de infusión de doble canal. No fue un desconocimiento de la misma sino un error en el uso de ella.
El resultado, un bolo de una perfusión de noradrenalina que ocasionó un pico hipertensivo en la paciente seguido de una acusada hipotensión. La actuación tras la constatación del error fue rápida, parando la bomba, extrayendo sangre de la luz para minimizar el fármaco circulante e informando rápidamente de la situación al médico responsable. Sin embargo, el error ya estaba ahí y la noradrenalina, tozuda, seguía haciendo su efecto alfa y beta adrenérgico.
En esos momentos había más de un enfermo en el box.
Para mí, dicho error me ha hecho reflexionar nuevamente (como si no lo hubiera hecho en incontables ocasiones) y he querido compartir esta reflexión a través de un escrito que puede caer eventualmente en manos de una persona que podría ver lejanos esta clase de errores.
Todos los profesionales de cualquier ámbito pueden cometer más o menos errores en su vida profesional, así como más o menos actuaciones brillantes. Todos conocemos y/o cometemos algún error, pero ¿cuál es la especificidad del error enfermero? Obviamente que somos el último eslabón en la cadena de administración de fármacos (dejando a un lado el tema de la adhesión terapéutica de un paciente “autónomo”).
A lo largo de mi trayectoria profesional no son incontables, pero tampoco pocas, las situaciones en las que personalmente he llamado la atención sobre un fármaco pautado al cual era alérgico el paciente, sobre una dosis excesiva debido a un error de hecho o de otro tipo, sobre una incompatibilidad farmacológica o sobre un olvido en la pauta de un fármaco. Nada excepcional. Es simple y llanamente mi obligación.
Por el contrario, en mi error, nada/nadie me pudo asistir; la especificidad del trabajo enfermero, entre otras, es ésa: estar en la cabecera de la cama, al otro lado de la luz del catéter, cerrando y abriendo vías de administración, al mando de los botones de una bomba de infusión.
Tres horas después de aquel error, con todo restablecido totalmente (salvo yo), pude constatar mi vertiente más bipolar cuando pasé de un valle emocional a una situación de tranquilidad y bienestar (similar a un tibio sol de atardecer). Fue cuando, lentamente, apoyado en un bastón, pasaba al box el anciano marido de la paciente. Detrás iba su nieta. Ambos con esa mezcla de tristeza y asombro que tienen los familiares al entrar en una UCI. Tristeza de ver a su familiar con múltiples cables y tubos por la totalidad de su cuerpo y asombro por descubrir un universo de aparatos y pantallas con caprichosas líneas de diversos colores sobre las que se presupone que dictan el estatus vital de su ser querido.
Sentado en una parte del control desde la que podía observar la situación asistí feliz a esa entrada.
Muchos familiares de pacientes intubados en UCI te buscan al entrar al box porque quieren de alguna forma canalizar su deseo de comunicarse con su ser querido a través del profesional enfermero. En cierto sentido, en esos momentos cumplimos una función chamanística. Tras observar durante unos momentos a los familiares en sus primeras evoluciones en el box y “requerirme” mediante la mirada me acerqué al box. Aunque, más bien, creo que en este caso fue al revés, yo me acerqué al box porque quería hablar con ellos y que de alguna forma me ayudaran a conectarme con ella para… ¿pedirle perdón?
Aunque emocionalmente agotado, terminé el turno feliz al haberse solucionado la situación y al ser consciente de que mi vocación enfermera estaba “a prueba de bombas”.
Relatos: Metas de Enferm feb 2011; 14(1): 73-74007474
Francisco Cebrián Picazo
Enfermero de la Unidad de Cuidados Especiales del Hospital de Hellín (Albacete).