A estas alturas de la pandemia, nadie duda de que los profesionales sanitarios son los que prioritariamente nos están sacando “las castañas del fuego”, quemándose en parte el alma en ese proceso. En un primer momento, la falta de previsión en recursos logísticos (camas, respiradores, EPIs) y humanos (escasez de personal para el abordaje de la carga asistencial), les expuso a un profundo daño que se sumaba a las consecuencias psicológicas de la vivencia de una situación de crisis y emergencia, con elevadas demandas emocionales y exposición a situaciones potencialmente traumáticas.

Algunos aspectos relativos a los recursos logísticos se han ido solucionando, si bien los recursos humanos siguen extremadamente mermados y dañados. No se trata solo de un problema cuantitativo (que también), sino que en gran medida es cualitativo. En el caso de la profesión enfermera, por ejemplo, es importante la escasez de especialistas en cuidados críticos. La presión a la que se han visto sometidas las enfermeras de servicios críticos es doble: la atención a la sobrecarga asistencial propia y al imprescindible apoyo hacia sus compañeras sin experiencia específica procedentes de otros servicios. Por su parte, los médicos se han visto sometidos como nunca a la incertidumbre científica, a toma de decisiones clínicas en un contexto de indefinición y desconocimiento de la enfermedad, tratamiento y evolución. Alguno lo ha definido como “medicina de guerra”, donde el establecimiento de prioridades vitales (en el sentido más literal de la palabra) implicaba someterse a un profundo debate científico y ético, soportando un alto distrés moral. La exposición en todos los profesionales asistenciales a las elevadas demandas emocionales de la situación, a la muerte en niveles nunca afrontados, la soledad de pacientes incluso durante el proceso de morir, la comunicación no presencial con familiares llenos de angustia, la frustración por los resultados a pesar del esfuerzo, lo prolongado del periodo de pandemia…, son componentes que por sí solos ya son potenciales generadores de daño emocional, y así lo señala la numerosa bibliografía que ya existe sobre el impacto emocional de la pandemia en los profesionales, indicando elevados niveles de estrés, ansiedad, depresión e incluso estrés postraumático en algunos casos.

Desde la psicología del trauma, hablamos de revictimización, victimización secundaria o doble victimización (“doble herida”), cuando además de una situación o agente causal de un daño, existe una segunda ocasión en la que ocurre un sufrimiento añadido (por acción u omisión) por parte de una entidad distinta en un momento posterior. Por ejemplo, esta terminología se utiliza en casos de trauma (por malos tratos, agresiones, abuso…) en relación a instituciones y/o personas que prestan atención clínica a una víctima, que son responsables de la investigación de un delito, o de instruir diligencias legales al respecto (servicios sanitarios y asistenciales, policía, abogados, jueces, fiscales…). Sabemos también, que la forma en que el entorno más próximo de la persona afectada cuida, trata y se refiere a la herida, atenúa o acentúa el sufrimiento, e influye claramente en la forma de elaborarlo.

Si se habla directamente con los profesionales de primera línea sobre cómo se sienten en este sentido, las respuestas son: “maltratados institucional y políticamente”, “ignorados”, “ninguneados”, “sin poder comprender cómo aspectos relativos a verano, la economía, las Navidades… son prioritarias y lo fundamental se les escurre de las manos”.  Acciones en las que se dictan medidas políticas en contra de criterios científicos, se mueven profesionales de un lugar de trabajo a otro como piezas de ajedrez, amenazas de pérdida del empleo, incorporación a servicios con insuficiente formación y experiencia, ausencia de apoyo emocional, culpabilización si no se percibe lo vivido como un reto o un enriquecimiento profesional, expectativas en el entorno de que “la vocación” sea un escudo salvador suficiente para resistir los envites… todo ello son acciones que ejercen un sufrimiento añadido y que caen sobre una herida aún abierta.

Para cerrar heridas se necesita cuidados y tiempo de cicatrización. Muchos de los profesionales asistenciales están llegando al límite, y cuando la cerilla se prenda del todo, seremos toda la sociedad la que nos quememos los dedos. Es labor de todas las partes, Administración, organizaciones sanitarias, líderes de cada equipo asistencial, compañeros de trabajo, pacientes, familiares y sociedad en general, cuidar a nuestros profesionales, pero especialmente en este momento, es clave no añadir sal sobre la herida.

Por Macarena Gálvez

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