La normalidad. Hay que recuperarla a toda costa. Todos los esfuerzos para conseguir el control de la pandemia tienen ese objetivo: la normalidad. ¡Hay que recuperar el comercio! Aunque sea a costa de las aglomeraciones que generarán contagios como en el Black Friday. Pero eso es secundario. Navidad: no podemos renunciar a las reuniones, los reencuentros, las fiestas y cotillones (ya nos robaron el mes de abril, ¿nos van a robar también la Navidad?).

La incidencia acumulada. Las noticias siguen inundadas de cifras que unos días pretenden tranquilizarnos (la incidencia acumulada baja) y otros nos alarman. Pero, ¿de verdad todavía nos alarmamos si escuchamos en el telediario que el día anterior han fallecido 300 o 400 o 500 personas en nuestro país por el coronavirus? ¿O estamos anestesiados, curados de espanto? Estas cifras, salvo desgraciadamente  cuando te tocan de cerca y uno de esos números corresponden a un familiar, un compañero o un conocido, ya no impresionan a nadie, aunque se podrían equiparar a un accidente de un Airbus cada día en nuestra piel de toro, con todo el pasaje y la tripulación fallecidos.

Los hospitales. Disminuyen los ingresos por COVID, parece que las estrategias de control y detección precoz están dando sus frutos. Muchos han recobrado una actividad cuasi-normal: quirófanos, listas de espera, consultas…. Hay que recuperar el tiempo perdido, la atención a aquellos pacientes que quedaron desasistidos durante los meses de la primera ola de la pandemia.

Y todo esto puede ser verdad (aunque con matices, claro), pero no TODA la verdad. La pandemia no ha desaparecido, por mucho que se quiera mirar para otro lado y focalizar la atención en otros problemas. Las UCI siguen sobresaturadas de pacientes COVID. Los infectados graves se siguen muriendo en la UCI con la misma proporción y el mismo dolor personal y colectivo.

Hay una realidad que no sale en las noticias, que ya no interesa. Los “héroes”, que tantos aplausos merecieron, ya han recuperado su papel de simples mortales, de peones al servicio del sistema, ruedas y tornillos del engranaje oxidado de la maquinaria sanitaria. Y no importa el desgaste de esos tornillos… ¡Hasta que se rompan!

Desde el mes de marzo, la actividad en las UCI no solo no ha cesado, sino que, salvo por un mínimo respiro veraniego (respiro en el que los profesionales nos hemos cubierto unos a otros para poder tener unos insuficientes días de vacaciones), se ha mantenido por encima de su capacidad habitual. Desde finales del mes de agosto se han tenido que abrir más camas fuera de la las unidades habituales: se han efectuado los famosos planes de “elasticidad”. Esto es literal: “elasticidad”, que no es otra que a la que nos someten a los profesionales de intensivos; nos estiran y nos estiran… hasta que la goma un día se rompa.

Muchos, la mayoría, de compañeros de otras especialidades han pasado página, han vuelto a su rutina. Nosotros, los profesionales de UCI, no. Seguimos inmersos en un polvorín, rodeados de virus, de riesgo, de miedo, de sufrimiento y dolor. Seguimos siendo armas biológicas, bombas atómicas, para nuestras familias y amigos. No podemos olvidarnos que la convivencia con nosotros somete a los nuestros a un riesgo extra. Y eso pesa sobre nuestro ánimo, un lastre más para nuestra cargada y maltrecha mochila psicológica.

En estos recursos estructurales elásticos se atienden pacientes COVID y no-COVID (recordemos que el resto del hospital ha recuperado su actividad y también los pacientes no-COVID se ponen graves), pero ninguno se atiende solo. Somos los mismos profesionales que sobrellevamos la primera ola de la pandemia, los que les atendemos en esta segunda ola (que existe a pesar del Black Friday y la Navidad) y en la futura tercera (que vendrá). Y estos profesionales, insuficientes en número a todas luces,  que no han tenido recambio, que no han tenido descanso, que no han podido restañar sus heridas en el alma ni en el cuerpo, que todavía no han recuperado el sueño perdido, que siguen siendo un peligro para sus familiares y seres queridos, que siguen auto-recluidos por el miedo a ser contagiados y a contagiar, extenuados físicamente y que hacen más de 7 guardias al mes (a lo que se suman los refuerzos de fin de semana y los turnos doblados), estos profesionales ¡no pueden más! ni física ni psicológicamente.

No se ocuparon de nosotros en la primera ola (salvo honrosas excepciones), más allá de los aplausos y las olvidadas reseñas en los telediarios y en los periódicos, y no se están ocupando de nosotros en la segunda. Una palmadita en el hombro, un “gracias” genérico y a seguir bajo la presión. Nos piden un esfuerzo más, nos doran la píldora con el “vosotros podéis con esto”, a coste cero, claro, sin contratar “efectivos” como se dice en el argot administrativo (digo yo que se referirán a personas, a seres humanos cualificados para llevar a cabo esta tarea) que hagan que podamos adecuar nuestras horas de trabajo y condiciones laborales a la legalidad. Suma y sigue.

Somos juguetes rotos con los que el sistema sigue jugando. Y cuando se rompan del todo, cuando sean inservibles para el engranaje, ¿qué va a pasar?. No hay recambio, estos juguetes no se encuentran en las estanterías de los centros comerciales. El sistema se fracturará.

Los aplausos, las palmaditas en el hombro, los agradecimientos verbales, no curan ni resuelven el problema. Gastarse el dinero público en obras faraónicas, con escasa o, por lo menos, dudosa utilidad y aprovechamiento, cuando no se resuelve el problema de los recursos humanos en las UCI ya funcionantes y sobredimensionadas en su tarea asistencial, es, cuanto menos, ofensivo. Y ya si se nos pide que voluntariamente acudamos a cubrir los puestos de trabajo de estas nuevas y flamantes “estructuras”, dejando más en precario a nuestros compañeros de las unidades de origen, es vergonzoso.

Se está demostrando que no se ha planificado para las siguientes olas de la pandemia (¿alguien dudaba que iban a llegar?) nada en lo referente a la dotación adecuada de los recursos humanos en las Unidades de Cuidados Intensivos. No hay planes de contingencia que aborden el problema de la dotación de personal cualificado para las UCI. Tristemente algunos no han aprendido nada y así estamos los otros, al borde del abandono de nuestra profesión, del desencanto máximo, de la falta de ilusión presente y futura.

A quien quiera escuchar: ¡este juguete está roto! ¡Game over!

PD. Y no hablamos de la Atención Primaria. Esa es harina de otro costal, pero tan amarga, agotadora y frustrante como la que se vive en el otro extremo asistencial, en las UCI.

Por Ángela Alonso