Hola a tod@s, mis queridos amig@s.
Se suman a colaborar con Proyecto HU-CI dos nuevas amigas, Vera Santos y Estefanía Martín, de la Asociación Española de Psicogerontología. Os invitamos a navegar por su web, llena de recursos y formación, proyectos, cursos, noticias e incluso ¡una bolsa de empleo!.
Fundamental seguir construyendo redes que aporten consciencia y colaboración.
Como todos sabéis, más del 45 % de las personas que ingresan en la UCI tienen más de 65 años. Así que les pedí que escribieran un post sobre nuestros mayores, y aquí está. Estoy convencido de que os gustará y de que os hará pensar. Muchísimas gracias y bienvenidas a Proyecto HU-CI.
“La juventud, como valor social predominante en nuestra sociedad, unido a la fuerza y extensión de los estereotipos acerca de la vejez, puede orientarnos como sanitarios a ver únicamente un cuerpo arrugado y envejecido que hay que curar o por el cual hay que esperar porque ya no hay nada que hacer. ¿Pero qué ocurre con la persona? ¿Acompañamos y atendemos a personas que habitan en cuerpos envejecidos y enfermos?

 

La persona no es el cuerpo. La persona siente y vive aquí y ahora. Su historia de vida sigue escribiéndose en este mismo momento y su calidad va a depender en gran medida de la relación que establezcamos con ella. El ser humano está programado para el contacto emocional y la vinculación afectiva desde que nace hasta que muere. Sin embargo, cuando la vejez llama a nuestra puerta, la cultura, teñida de mitos y falsas creencias, contradice la naturaleza de nuestra especie: 

“Ya por edad, ni siente ni padece” “No te compliques, que es muy mayor y casi ni se entera” “No creo que la familia esté demasiado afectada. Es muy mayor”. “Mejor dejarlo en planta, por su edad tenemos poco que hacer” “El paciente y la familia saben de sobra que con la edad que tiene no podemos hacer nada más que esperar”…

 

Este tipo de frases favorecen el que como profesionales y ciudadanos despleguemos una serie de acciones u omisiones sesgadas que contribuyen a que la persona mayor aumente su volumen de sufrimiento por la identificación con estos mensajes: “No tengo derecho a sentir, soy mayor”, “Soy un estorbo” “No quiero molestar”. “Demasiada lata estoy dando” “Soy una carga” ”Ya para qué quejarme” “Nadie se preocupa” “A nadie le importa como estoy”.
Para desmontar todo esto es necesario el abrazo emocional de los demás, ya que es lo que nos empuja a ser libres y así sentir la realidad tal y como viene. Nos hace libres para vivir y morir acompañados con dignidad, lejos de la soledad.
El abrazo emocional debe tener como ingredientes esenciales la empatía, la sintonía, la implicación, la presencia, las habilidades comunicativas y la flexibilización del tiempo. El abrazo emocional, generoso, debe extenderse a las familias, pues éstas también nos necesitan y si somos capaces de acogerlas podemos favorecer a la vez el cuidado que dan a su ser querido enfermo.
Hagamos que el sentido de nuestra profesión dependa del sentido de la vida de las personas a las que atendemos y no sólo de sus cuerpos (envejecidos o no) o enfermedades. Hagamos de nuestra profesión una oportunidad de relación y de significado. ¿Hay algo más bello que el ser tratados “tal y como somos” hasta el fin de nuestros días?