Estamos en diciembre. Es difícil escapar a los buenos deseos para el próximo año que nos llegan desde diferentes contextos personales, profesionales, sociales….

Sin embargo cuando estás ingresado en una UCI el tiempo se detiene y cada día varía poco respecto del anterior. Son los pequeños detalles los que señalan el paso del tiempo. Algunos son externos, como los relojes, las tareas observadas a los profesionales sanitarios, las visitas de los familiares… y otros personales, como la evolución percibida en el propio cuerpo y estado clínico. En cualquier caso, se trata de criterios vulnerables, variables, inseguros, sobre los que la persona tiene escaso control y que en ocasiones se encuentran difuminados y confusos debido al propio estado de salud. Mantener la deseada esperanza ante el futuro es especialmente complicado en estas circunstancias donde los minutos parecen horas, se confunde el día con la noche, el calendario deja de tener sentido, y la incertidumbre es la sábana que todo lo cubre. Las palabras y gestos de los demás, serán “salvavidas” a los que agarrarse para generar dicha esperanza mientras dura “la tormenta”.

La esperanza supone la confianza en un futuro que aún no vemos. Un gran número de emociones positivas pueden derivarse de ella, y a la vez, puede ir acompañada de temor por lo desconocido. Sin embargo, cuando está presente, esa balanza en continuo movimiento se inclina en un mayor número de ocasiones hacia el bienestar.

A lo largo del año que termina hemos revisado, en este blog, fortalezas personales que podemos tener y desarrollar en la vida, como la “gratitud” y la “humanidad y el amor”. Éstas dos, junto a la esperanza, construyen conexiones con el universo que nos rodea, proporcionando sentido a lo vivido, apertura hacia el otro y actitud proactiva.

El autor principal en el estudio de la esperanza desde un punto de vista científico es Charles R. Snyder. En su Teoría de la Esperanza, define a ésta como un estado positivo de motivación, una capacidad percibida de encontrar caminos para conseguir determinadas metas, capacidad de generar vías alternativas cuando esos caminos no permiten llegar al objetivo, y con fuerza personal para recorrerlos.

Se trata de una fortaleza con un componente cognitivo (con expectativas de futuro), emocional (provoca sentimientos de fortaleza interior), conductual (dispone para la acción), interrelacional (influye en las relaciones humanas, genera comunicación y apertura) y transcendente, ya que es una expresión de valores de fe y confianza (tanto a un nivel más espiritual si es el caso, como personal). El estudio empírico de la esperanza se ha desarrollado en niños y adultos, en población con problemas de salud, en el ámbito organizacional… y los resultados señalan que las personas con esperanza se centran más en los éxitos y se bloquean menos por los fracasos. Se asocia a la resiliencia, a la percepción de salir fortalecido de las circunstancias vitales difíciles, y a variables laborales como la satisfacción y el compromiso.

En la UCI, a veces nos puede asustar generar esperanza en el otro o incluso la censuramos en nosotros mismos. Nos preocupa sobrepasar la barrera de lo esperado y cruzar al terreno de lo idealizado, generando con ello falsas expectativas o agarrándonos a una ilusión que lleve a la frustración. La verdadera esperanza se fundamenta en la realidad y se vincula a metas. Si éstas se proponen de forma progresiva, a corto plazo, de manera realista, confiando en las fortalezas propias y del otro, con un camino definido para alcanzarlas, nos permitirá disfrutar de todos sus efectos positivos y dar sentido a lo que se está viviendo. Las líneas de humanización de las UCI son una buena guía hacia ello.

La esperanza invita a mirar hacia delante, es una luz que ilumina el presente y guía hacia un futuro. Se trata de una disposición del ser humano hacia la vida. Elijamos ese futuro para las UCI que queremos, para nuestros pacientes y para nosotros mismos.

Por Macarena Gálvez