Hay que seguir.

Lo vemos, lo vemos todo, pero hay que seguir.

La mujer que se despide de su pareja en cada visita sabiendo que puede ser la última, los hijos que acuden a ver a su madre toda la vida enferma pero ahora en riesgo vital, la madre del joven accidentado que vive angustiada la evolución del mismo, el paciente que cree que despierta tras la operación y descubre que lleva 10 días sedado en UCI… Las historias son infinitas, la carga emocional muy alta, pero hay que seguir.

Como mucho, los profesionales comparten el comentario entre compañeros, en una pausa del trabajo o de forma rápida durante el mismo. Las menos veces, en reuniones de equipo o sesiones clínicas, donde al analizar un caso se revisa también el contexto emocional que lo acompaña. Pero la mayor parte de las veces, las emociones se guardan. Cada uno las encierra bajo su propio candado. En unos casos se llevan hasta casa y se mezclan con la vida propia, en otros quizás se queden en la taquilla del hospital, pero en cualquier caso no se ventilan, no se manejan y no se digieren. Y con ese equipaje, se comienza el día siguiente la nueva jornada laboral y, de nuevo, la interacción con los pacientes, familias y compañeros.

Al terminar la tarea se desechan los guantes, se manda a lavar el pijama manchado, se siguen las pautas de higiene… pero no tenemos momentos para ventilar los corazones, limpiar la negrura del pesimismo, dar cabida a la esperanza y llenar de sentido lo vivido. No hay tiempo de procesar los estados emocionales que acompañan al trabajo para que sean fuente de aprendizaje y de resiliencia vicaria. Parece que es otra cosa que suponemos viene “de fábrica”: si eres enfermera, médico, auxiliar, fisioterapeuta… debes saber manejar eso. Esa perspectiva, además de desconocer absolutamente el funcionamiento psíquico del ser humano, implica una negación que solo puede acrecentar el problema.

Pedimos que nuestros profesionales sanitarios sean los agentes de las políticas de humanización en la sanidad. Pero eso será una utopía si no les cuidamos a ellos primero. Cada servicio podrá elegir los cauces más adecuados, hay muchos: grupos de soporte, psicólogos integrados en UCI, formación en #humantools… No son excluyentes entre sí y todos son complementarios, pero no podemos esperar que los profesionales sanitarios sean empáticos y compasivos en su labor si no les damos el momento y las herramientas necesarias para romper los candados, explorar, gestionar, regular y procesar la carga emocional del trabajo.

Escuchar a nuestras emociones es un verdadero acto de fortaleza. Como dijo W. Shakespeare en Macbeth: “Dad palabras al dolor, la pena que no habla cuchichea al corazón demasiado cargado y lo invita a romperse”.

Por Macarena Gálvez