Hace poco viví una experiencia de las más duras y tiernas que me gustaría compartir.

Tras un ingreso prolongado por una infección respiratoria, un joven autista fallece.  Su madre fue durante toda su vida su pilar, su cuidadora y cable a tierra.

La madre lo acompaño durante sus últimas 24 horas a pie de cama, despidiéndole. Tras constatar su fallecimiento y charlar con ella en completa armonía me pide que le autorice una última concesión: si podía realizar ella el lavado del cadáver.

Hablé con el personal de enfermería,y se ofrecieron a colaborar. Posteriormente la madre y las enfermeras lavaron y prepararon el cuerpo.

Para mí fue una experiencia dura y la máxima expresión de amor de una madre a su hijo. Para mi asombro,  este es un ritual muy habitual en otras culturas: la musulmana, en culturas andinas, entre otras.

Creo que en los cuidados al final de la vida los pequeños homenajes y rituales deberían ser respetados y hay que permitir a los familiares si ellos los solicitan, como una manera de despedir al amado y de homenajearlo.

Por Nicolás Nin