El 2 de abril de 2013 sentí un dolor intenso en el abdomen. Fui a dos clínicas y a un hospital, y todos bajo un mismo diagnóstico – DESGARRO – me recetaron antiinflamatorios.

El 3 de abril me internaron de urgencia en una de las clínicas donde me indujeron un coma farmacológico, ya no respiraba. El 4, me trasladan al Hospital “El Cruce” de Florencio Varela, diagnóstico NEUMONÍA.  Pulmones, corazón y riñones estaban afectados. Mi estado era grave. Desperté el 14 de abril intubada, con drenajes, vía central, sondas y sin poder mover ni un músculo de mi cuerpo.

Fueron dos meses desoladores. Me sentía derrumbada. No era yo.

Luego de unas semanas decidieron practicarme una traqueostomía ya que era demasiado el tiempo intubada. Y llegó el 1°de mayo, día de mi cumpleaños, y como regalo la planificada traqueostomía.

Todos, enfermeros, kinesiólogos, médicos, psicólogos, personal de limpieza estaban atentos a mi evolución. Supieron acompañarme con tanto amor pero aún así yo estaba triste, angustiada, me había entregado. Y el dolor era desgarrador. A medida que mis músculos iban recuperando movilidad los dolores eran insoportables. Y con cada aspiración sentía que me moría. El destete del respirador era casi imposible.

Los días interminables y previsibles: por la mañana y la tarde análisis, baño, estudios, medicación, alimento y el techo sobre mi. Por la noche, la medicación, el alimento, las aspiraciones y el miedo que venía a hacerme compañía, mi fiel acompañante.

El tiempo pasaba y de a poco fueron sacándome las sondas y los tubos; hasta podía  sentarme para comer pero seguía conectada al respirador. Mi médico ya no sabía qué darme, tenía visitas 12 horas por día en terapia, no tenía infección ni riesgo de vida pero no podía dejar el respirador.

Una tarde me preguntó : “¿Qué querés?”

Y  ahogada en llanto le dije: “Quiero ver a mi hijo de 10 años”.

Él, decidido, autorizó su ingreso por 10 minutos. Cuando lo vi junto a mi y besó mi frente sentí que una energía inexplicable se movía dentro mío, que era capaz de salir corriendo de esa terapia. Hacía dos meses que no lo veía.

Una semana después dejaba el respirador  y 4 más tarde me dieron el alta.

Mi agradecimiento eterno a todo el equipo que  luchó por salvarme la vida.

Y a mi hijo Patricio.

No hay fuerza ni poder más inconmensurable que el amor.

Por Fernanda González