Es frecuente oír que no existe amor más grande que el de una madre por sus hijos. Y es así. No hay amor más desinteresado. La historia cotidiana, esa Historia con mayúsculas que no aparece en los libros de texto, está plagada de “madres coraje” que han luchado sin tregua por sus vástagos, sacrificando sus vidas para sacarlos adelante. Son historias que siempre nos emocionan y nos enternecen el corazón, aunque no sean del todo excepcionales.
A veces la vida nos da la oportunidad de devolver ese amor o de ser testigos de ese amor que vuelve a donde nació, de ver “hijos coraje” que se sacrifican por sus padres. Y estas son historias extraordinarias que deben ser contadas.
Antonia tiene dos hijos que la adoran, y un “cangrejo” que corroe su cuerpo por dentro. Lleva años luchando frente a ese animal despiadado que va sembrando sus entrañas de oscuridad y dolor. No hay cuchillo ni veneno que lo detenga, aunque ella no pierde la esperanza de robarle el tiempo que anhela, aunque sean solo unos meses más. Y así somete su cuerpo herido de mil batallas a una nueva quimio, a una nueva cirugía.
Este último combate está siendo el más difícil.
Lleva 103 días de ingreso en el hospital y un mes de estancia en la UCI y Antonia empieza a ser consciente de que la guerra está perdida, que este tiempo de descuento no va a ser suficiente para alcanzar su último deseo. Y esta esperanza no es otra que la de ver casado a su hijo pequeño. Este hijo tenía preparada su boda para dentro de un par de meses. Pero ambos hijos saben con certeza aplastante que solo un milagro podría hacer que su madre llegase viva a esa fecha y que estuviese, además, en condiciones de asistir a la boda. Es más, saben también que su madre tiene los días contados y que no va a salir de la UCI con alta probabilidad. Y a Antonia le hacía tanta ilusión esa boda…
Pero los milagros también pueden suceder aunque disfrazados de normalidad, discretos, sin fuegos artificiales. Basta con creer, con desear, con amar. Así que nos pidieron si podían celebrar esa boda en la UCI, con Antonia de madrina, en una ceremonia sencilla y breve, solo con los familiares imprescindibles.
Y así fue.
Un sábado de primavera pusimos guapa a Antonia, preparamos una habitación adyacente a la UCI…. Y fuimos de boda!!! Esas constantes renuncias que hacen las madres por amor tuvieron en esta ocasión viaje de vuelta. Una pareja renunció con generosidad inmensa a una de las celebraciones más importantes y señaladas en su vida SOLO por amor. No hubo cantos ni flores en la iglesia, no hubo invitados con sus mejores galas, no hubo arroz, ni tarta, ni brindis, no hubo vals ni fotógrafos, solo AMOR… y la madrina más feliz que se pueda uno imaginar.
No existe otra forma de pagar el amor más que con amor, es la moneda que va y vuelve, y no existe nada más importante.
A partir de ese día las escasas fuerzas de Antonia fueron apagándose. Me reconocía que ya no podía luchar más, que estaba muy, muy cansada. Daba la impresión de que tras cumplir el deseo de ver casado a su hijo ya podía irse en paz. Así su situación clínica fue empeorando en los siguientes días, hasta el punto de acordar que había llegado el momento de la despedida, de limitar tratamientos inútiles y de ayudarla a bien morir.
Y partió. Pero sabemos que partió feliz.
Y nosotros nos quedamos con esa extraña sensación de asombro de haber sido testigos de un pequeño milagro cotidiano. Y, sobre todo, con la necesidad imperiosa de correr a abrazar a nuestras madres y decirlas que las queremos, antes de que sea demasiado tarde.
Por Ángela Alonso
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