– Intensivista de guardia: “Preparad una cama para poner una BiPAP a un paciente en edema agudo de pulmón”.
A priori, no era un ingreso complicado.
Tras la angustia de los primeros momentos, el paciente tuvo muy buena respuesta y pudo retirarse el soporte respiratorio. Es entonces cuando vuelvo a explorarlo y lo que empieza como una entrevista, preguntando por antecedentes y sintomatología de días previos, se convierte en una conversación, y me doy cuenta, que una historia clínica, es la historia de una vida.
Hay un “feeling” especial con ese paciente, un hombre mayor y sereno, cariñoso, con mucho sentido del humor. Hace que entrar en su box sea como tomarse un descanso, una charla entre amigos. Me siento satisfecha, todo va bien….
En pocas horas todo se complica.
Ya no reina ese ambiente calmado en su box: entras y sales, BiPAP, vías, ecocardiografía….rotura de válvula mitral…insuficiencia aguda…. teléfonos…preparativos…
Intento seguir acercándome a él con la misma calma que horas antes, cuando charlábamos de la vida y la familia, de su pequeño huerto. Intento seguir sonriéndole mientras le explico que las cosas no van bien, que necesita sedación e intubación para seguir ayudándole, pero él nota el nudo en mi garganta, entonces me mira fijamente y me dice:
“Doctora, si me muero, no quiero que se preocupe, sé que ha hecho todo lo que ha podido…”
Qué entereza, qué dignidad, que generosidad al pensar en los sentimientos de una desconocida, cuando tu vida se escapa en cada aliento. En ese momento le contesto: “no quiero que hablemos de eso”. Y pienso que mi respuesta no es correcta, que no es mi momento, es su momento, yo también tengo que ser generosa, le cojo la mano, le miro a los ojos y con una sonrisa le digo: “José, vamos a luchar juntos, vamos a hacer todo lo posible”.
Fentanest, midazolam. Cerró los ojos sereno, en paz.
Después, ya podéis imaginar, intubación, ventilación mecánica, balón de contrapulsación, traslado a otro hospital para cirugía urgente. “Ojalá tenga suerte”, pensé.
A los dos días, caminando por la calle, leo en una pared. Lo vuelvo a leer varias veces. Era José, su nombre en letra negra sobre papel blanco, con una sencilla cruz encabezando la nota y a pie de página el temido acrónimo D.E.P.
Respiré profundamente y seguí caminando. Se me cayeron las lágrimas. De pena. De emoción.

Qué gran lección de generosidad me has dado José.

Sé generosa siempre, con la palabra, con la mirada, con la sonrisa.

La intensivista llorona.