A lo largo de esta pandemia he oído en diversas ocasiones, y alguna proveniente del propio contexto sanitario, expresiones que han aludido a la vocación como elemento protector en los sanitarios ante el daño emocional por lo vivido en su día a día. Se ha planteado dicha protección como conversor automático de las dificultades en reto intelectual, como supuesto traje ignífugo que evitará quemarse emocionalmente en el trabajo, o incluso como elemento de selección de personal donde se presupone que el que “aguanta” tiene vocación y el que no, es que no la tiene. Estas expectativas respecto a lo que debe ser la profesión sanitaria nos devuelven una imagen idealizada de las personas que la llevan a cabo como seres poderosos e invencibles, super héroes capaces de soportar cualquier cosa en la profesión que aman. La vocación, actuará como motor y capa protectora ante cualquier dificultad.
No puedo estar más en contra de esas afirmaciones, y me gustaría que tanto los profesionales, como las nuevas generaciones de sanitarios que están desarrollando sus últimos años de formación trabajando en esta pandemia, no la hicieran suya. Les queda mucha carrera profesional por delante y tienen que aprender a cuidarse además de (y para) aprender a cuidar del otro.
La RAE define la vocación como “inclinación a un estado, una profesión o una carrera”. Se trata por tanto de una actitud disposicional, donde el componente motivacional es clave. Es algo que se construye, que está lleno de dudas, idas y venidas. La vocación se nutre del deseo, la fantasía, el aprendizaje, la experiencia, el modelo de los buenos maestros que uno tenga la suerte de encontrar, la oportunidad en lo profesional de convertir lo soñado en acciones reales, y de muchas puestas a prueba para ir ajustando las expectativas iniciales al mundo real sin perder la esencia de la ilusión. Es por tanto un proceso, y está expuesta a condicionantes internos (de la propia persona) y del contexto.
Durante esta pandemia, donde el desempeño está extremadamente condicionado por aspectos ajenos a uno mismo, podemos sumar daño a la motivación de los profesionales sanitarios negando su derecho a la vulnerabilidad o favorecerla cuidando de ellos. Esto último implica validar sus emociones (aunque las que muestren no nos gusten), permitir dar salida al malestar dándoles los medios y metas para reconducirlo y evitar quedarse anclado en el dolor y la queja. Supone acciones no solo sobre los individuos sino también sobre las organizaciones; acercar al lugar de trabajo el soporte emocional, potenciar el trabajo en equipo y el apoyo grupal, liderazgos motivacionales que reconozcan la labor desempeñada y acompañen en el sufrimiento sin negarlo, metas que reconecten con la esencia de la profesión y la humanización de la asistencia sanitaria, respiros en la ardua situación que afrontan, adecuados ratios de profesionales, estabilidad en sus puestos, descanso, participación en la toma de decisiones… Todo ello formará parte del cuidado de la vocación sanitaria mediante el impulso y facilitación del motor de servicio: el deseo de sanar, cuidar, aliviar y acompañar al otro.
Considerar la vocación como algo estable y contrario a la vulnerabilidad, y a la vulnerabilidad como debilidad, es desconocer la naturaleza humana. Todos y cada uno de nosotros tenemos un punto de ruptura. Solo hace falta la tormenta perfecta (interior y exterior) para que eso se lleve a cabo. Saber esto y por ello sentirse vulnerable es ser honesto con uno mismo. Solo a partir de ahí se puede abrir la puerta al descubrimiento de las innumerables fortalezas que tiene el ser humano para enfrentarse a la adversidad y ponerlas en marcha para superarla. Por el contrario, negar la vulnerabilidad solo nos invita a protegernos, a usar una coraza, y con ello al distanciamiento, la despersonalización del otro y a actitudes deshumanizadas en el cuidado asistencial. No podremos trabajar sobre el sufrimiento ajeno sin ser capaces de afrontar el propio. No podremos convertir el sueño en acción si no es de una forma humanizada: siendo compasivos con el otro a partir de la propia auto-compasión.
Por Macarena Gálvez
Eso exactamente es lo que me ha sucedido a mi, he tenido que deshumanizarme en ciertos momentos para seguir, yo ,que siempre he hecho lo contrario.
No sé si podre recuperar algún día esa manera de trabajar empática , me ha hecho plantearme dejar lo que hago