En el mes de marzo, las redes sociales se llenaron de fotos de calcetines desparejados para celebrar el Día Mundial del Síndrome de Down y como enunciaba el eslogan que acompañaba a la campaña: “concienciar sobre la diferencia y apostar por la inclusión”. Hace unos días, los calcetines de colores volvieron a inundar nuestras pantallas, en esta ocasión con el hashtag #CrazySocks4Docs, con el objetivo de llamar la atención sobre el problema de la salud mental en los profesionales médicos, recordar a aquellos que han fallecido (por suicidio) y empujar hacia un cambio en la “cultura de salud” mantenida hasta el momento. Ambas campañas nos señalan que nos asusta lo que “no casa” con lo esperado, y que la única manera de afrontarlo es mirarlo de frente, aceptando que todos somos “diferentes”.

Hace ahora un año, que el cardiólogo australiano Geoffrey Toogood inventó el hashtag #CrazySocks4Docs para luchar contra el estigma de la salud mental entre la profesión médica, tras sufrir personalmente un proceso depresivo. Este estigma no afecta solo a los médicos, es algo común a toda la población sanitaria y a la sociedad en general. Una de cada cuatro personas padecerá a lo largo de su vida algún problema de salud mental. Es utópico pensar que los profesionales sanitarios estamos inmunizados ante esa estadística, es más, las condiciones laborales, el silencio de un corporativismo mal entendido, el estigma, la facilidad de acceso a psicofármacos… convierten este problema en especialmente importante y de graves consecuencias para la persona afectada y su entorno.

No es casual el uso del adjetivo “locos” para referirse a esos calcetines símbolo de lo desparejado, lo diferente, lo no esperado…Nos asusta la vulnerabilidad y aquello que no vemos claramente o no controlamos. Los problemas de salud mental son un enemigo “invisible” que no podemos fotografiar con una prueba diagnóstica; que resultan difíciles de acotar en su definición, sintomatología e intensidad; que nos cuesta transmitir y explicar a otros; que están llenos de prejuicios y tópicos (incluso entre el personal sanitario). Nos asusta la enfermedad mental y ese miedo solo podremos afrontarlo si trabajamos sobre la salud mental, como un continuo donde la vida personal y profesional se dan la mano, donde lo genético y caracterial se fusiona con lo aprendido y la historia de vida de cada uno, donde no solo se vean los síntomas sino el psiquismo que subyace; donde miremos a la Persona (con mayúsculas).

Recientemente en la revista Intensive Care Medicine, en el apartado de Correspondencia, Laurent y cols., describen como una “burbuja” los estudios de prevalencia del desgaste profesional (burnout) en profesionales de los cuidados críticos, porque estiman que existe un uso inadecuado del cuestionario MBI como un “instrumento diagnóstico”, y proponen “no especular con la prevalencia del burnout” y en su lugar focalizar el diagnóstico en los desórdenes depresivos. No les falta razón a los autores en señalar que el MBI no es un instrumento diagnóstico; no lo es, es un instrumento de evaluación de un síndrome que conforma un riesgo psicosocial del trabajo (no una enfermedad mental), que como una consecuencia más, puede desencadenar en procesos depresivos, pero no siempre. No confundir los conceptos será esencial para un abordaje correcto.

En contestación a ese artículo, Mion y cols., confirman las limitaciones del cuestionario MBI (sabemos que, especialmente en población no anglosajona, plantea dificultades tanto conceptuales como metodológicas) pero señalan la importancia de no confundir conceptos, y sí saber que pueden estar relacionados. Para ello, indican cómo en un estudio realizado por ellos, un 67% de 241 intensivistas presentaban burnout elevado (en las tres dimensiones del instrumento), y de ellos, un 36% tenían sintomatología depresiva, un 6% adicción al alcohol y un 4% a otras drogas. La presencia de desgaste profesional correlaciona además con problemas de sueño, conflictos laborales, ideación autolítica y accidentes de tráfico tras el turno nocturno.

He podido tocar de cerca la depresión, la ansiedad, la desmotivación, el hastío y el dolor emocional de muchos profesionales sanitarios, convertir ese pozo en un túnel en el que se vea la salida al fondo es un proceso largo y difícil. Quizás por eso no me basta con que nos quedemos en los pies con calcetines de colores, creo que es el momento de llegar a las cabezas pasando por el corazón. Es el momento de establecer líneas de prevención primaria atendiendo a condiciones organizacionales del trabajo asistencial; de fomentar la prevención secundaria para una adecuada detección e intervención temprana y desarrollo de competencias emocionales, psicosociales y #humantools en los profesionales; y es el momento de establecer canales adecuados de intervención para la atención a los profesionales que sufren estos problemas de salud mental. Porque mañana, ahí, podemos estar cualquiera de nosotros.

Por Macarena Gálvez