Mi año 2020 aún no ha pasado del 23 de diciembre, día en que comencé a tener síntomas que presagiaban un posible contacto por COVID-19. Inmediatamente comienzas a repasar los lugares, los contactos y las visitas que has tenido en la última semana. Buscas si has bajado la guardia y te parece que no, pero la fiebre que te comienza a recorrer el cuerpo te confirma que en algo has fallado. Piensas en las personas con las que has tenido contacto: en mi esposa, en vecinos, familiares … con el temor de haberlos contagiado.

De repente notas que todo se va empañando, la fiebre sube, te cuesta mantenerte hidratado porque no paras de sudar. La fiebre es tan alta que cuando intentas dormir entras en un limbo que no te permite descansar. Te das cuenta que nunca bebes suficiente porque la boca siempre la tienes seca. Para mayor inri, las tripas se aflojan y aparece una diarrea que termina por aplatanarte. Eso te asegura una deshidratación que te van a llevar los riñones al límite. De buenas a primeras comienzas a toser, una tos seca que cada vez es más persistente. Al principio te molesta la garganta pero poco a poco notas como te va doliendo el tórax del esfuerzo de los espasmos al toser. Un dolor que pronto se instala debajo de las costillas, en la zona de los lóbulos inferiores de los pulmones. Es una molestia que te deja con la mosca detrás de la oreja, una sensación extraña y nueva.

Sigues cada vez más deshidratado, lo poco que comes no te alimenta, la diarrea te deshidrata más rápidamente de lo que puedes beber y la fiebre te hace volar. Estoy desorientado y solo quiero que me hagan dormir.

Llega un momento en el que del centro de salud, previa PCR, te mandan al hospital. Analíticas, radiografías y suero pero parece que aún estoy pasable y para casa.

A los pocos días me noto muy fatigado, la boca es arena y para bajar la fiebre mi esposa me pasa por el cuerpo paños empapados en agua fría porque ya no tengo una gota de agua que sudar. Después de consultar a nuestro “ángel de la guarda” particular, se decide volver al hospital. En urgencias vuelven a realizar todas las analíticas, las placas y finalmente se toma de decisión de ingresar. Los riñones están al límite. La neumonía ha avanzado, la saturación insuficiente, la fiebre alta y si no se toman medidas reventaré por algún lado.

Los tres primeros días noto una lenta mejoría. El personal sanitario pendiente de ti te anima, te cuida y está a tu lado. Sabes que estás en una planta covid, que no eres el único, y aunque no tienes permitidas las visitas, a través del cordón umbilical del teléfono te sientes arropado por tus seres queridos.

Mis días en el hospital han sido de mejora constante gracias a todo el personal sanitario que han estado a pie de cama cuando peor me encontraba y por eso estoy enormemente agradecido. Tengo sus nombres en la cabeza pero no sus caras. Este virus hace que la piel y las facciones haya que protegerlas tras mascarillas, pantallas y gafas.

Sé lo afortunado que soy. Me han tratado a tiempo y que esto ha sido un paso que se podría haber complicado mucho. Ayer llegué de nuevo a casa. Sigo en 2020.

Con mi profundo agradecimiento al personal sanitario que me ha atendido en el Hospital General de Collado Villalba.

Por Francisco Álvarez.