En un viernes supuestamente “negro” en medio de la segunda ola de la pandemia que inunda Madrid, en un cine con espectadores separados por distancia de seguridad, y acompañados por el director Hernán Zin, parte de su equipo y de los protagonistas de las historias contadas, se estrenó el documental “2020”, aportando 94 minutos de toda una gama de colores, emociones y situaciones que no pudimos ver en los medios informativos y medios de comunicación durante los primeros meses de crisis sanitaria donde solo importaban “los números”. No se preocupen, no haré spoiler, solo les invito a la reflexión.

Las sociedades necesitan afrontar su historia, conocerla y no olvidarla para poder construirla, mejorarla y no repetir errores. Los seres humanos tenemos una capacidad de afrontamiento de las dificultades e incluso de los acontecimientos traumáticos sorprendente, es más, solo podemos afrontarlos cuando los miramos de frente. Si miramos a nuestro alrededor, somos una sociedad con buenos índices de cumplimiento de las normas anti-pandemia, son una excepción (aunque puedan hacer mucho daño) los que no las siguen. Todos conocemos personas en nuestro entorno que son pacientes, familia o profesionales en esta época COVID, que afrontan un día a día lleno de dificultades, pérdidas, o incluso riesgo vital, con actitudes dignas de admiración. Sin embargo, desde la política, la difusión de información y los medios de comunicación, hemos recibido una historia amputada, censurada y modelada para receptores de la misma infantilizados o juzgados como vulnerables, débiles y en riesgo de ofrecer conductas de pánico. Solo en los últimos días estamos comenzando a ver fotografías de la realidad, telediarios emitidos desde Unidades de Cuidados Intensivos, reportajes sobre historias personales…

Esa es la gran aportación de 2020: con los primeros 60 días del estado de alarma como marco, nos cuenta lo que hay detrás de los números, pone el foco en las personas, en sus vivencias y en cómo lo vivido irrumpe en sus vidas. Si se quedara ahí correría el peligro de caer en el melodrama y sensacionalismo (que puede “vender” entre los aficionados al mismo, pero no ayuda a reconstruir nada). No lo hace, desde una distancia no invasiva de la cámara, con una luz que acoge, una fotografía impresionante y una música que es una protagonista más de la historia, nos enseña cómo estas personas afrontan sus circunstancias y como siguen adelante.

La generosidad inmensa de los protagonistas nos permite compartir momentos de sufrimiento personal, miedo, pérdida, compasión, servicio al prójimo… y nos enseñan que da igual ser médico intensivista, enterrador, gerente de hospital, familiar de un mayor en residencia, sacerdote, guardia civil, paciente COVID, mendigo, sanitario de ambulancia, bombero o personal de protectora de animales, todos y cada uno de nosotros podemos elegir cómo actuar en este momento de nuestras vidas.

Para los que vivieron esas situaciones en primera persona puede ser catártica, como decía una sanitaria el viernes en la sala “viéndola por fin he podido llorar”. Para los demás, el documental invita a la empatía y a la resiliencia vicaria. En palabras de su director “solo del contacto con el otro se genera la empatía… hay que ver el dolor para crear ese puente”. Es realista, algunos dirán que “dura”, personalmente creo que lo duro es la realidad que vivimos y ésta se muestra desde la mirada de las personas, de los nombres que hay detrás de los números: de Julio Lumbreras y su familia, de Gabi Heras, de Carmen Martínez, de Vicente, de Laura y su madre… de la parte de la historia que no nos contaron.

Como los violinistas del Titanic, en medio del tsunami que arrasó sus vidas, ellos siguieron tocando para todos nosotros. Con la “música” que nos ofrecen convierten a 2020 en un grito de esperanza, un espejo de fortaleza humana donde mirarse, un abanico de ejemplos de personas que siguieron adelante sin saber ciertamente cuál era el final, pero seguros de que había que seguir andando con el miedo, la incertidumbre y la pérdida como compañeros de viaje. El documental no nos trata como seres frágiles, nos ofrece la parte de la historia que nos negaron, y con ello nos hace fuertes.

Por Macarena Gálvez