La bata (o el pijama) en las profesiones sanitarias no es solo un elemento de trabajo, higiene y protección, se trata también de un elemento de identidad profesional, corporativa y social. Vestir ese uniforme proporciona una imagen colectiva pero también suma a la identidad individual un autoconcepto profesional centrado en determinada categoría, marco de actuación, funciones, prestación de un servicio, conocimientos, significado y sentido del trabajo realizado. Por todo ello, cuando se habla de “colgar la bata” como metáfora del abandono de la profesión, no solo nos referimos a un cambio de actividad, está implícito un enorme daño a la identidad profesional.

En los últimos días del 2021 y comienzo del 2022 están apareciendo en prensa diferentes reportajes que señalan el agotamiento emocional de los profesionales sanitarios en esta pandemia y su relación con el deseo de abandono de la profesión. En dichos reportajes entrevistan a profesionales que van a cambiar sus planes de jubilación adelantando la fecha inicialmente pensada, algunos que señalan que el daño emocional les ha conducido a una baja laboral como único medio de distanciamiento y otros que abiertamente plantean la posibilidad de dejar su profesión.

La identidad es un dato observable y una experiencia personal. Es lo que uno asume ser, una representación de uno mismo que se va conformando, que está en continua evolución y que, entre otros muchos componentes, tiene una parte social. La identidad social proviene de los propios esquemas sociales, vínculos de afiliación y pertenencia a grupos. Cuando instas a profesionales sanitarios a que completen la frase “yo soy…”, de forma habitual incluyen su pertenencia a la profesión (médico, enfermera…). La identidad social y profesional están muy ligadas a la identidad individual y a los acontecimientos que ocurren en su grupo de referencia. Por ejemplo, la percepción de una adecuada autoeficacia profesional estará ligada a la confianza en la propia capacidad para cumplir los estándares profesionales que le afectan, ejecutar las demandas laborales y manejar las situaciones que puedan surgir en ese contexto profesional. La situación actual de pandemia ha puesto todo eso “patas arriba”. Ningún profesional sanitario en ejercicio, en nuestro contexto social, había vivido hasta el momento algo parecido a la actual situación. No se trata solo de la carga de trabajo, se trata sobre todo del daño a la identidad profesional.

El estudio científico del deseo de abandono profesional en personal sanitario es ampliamente conocido desde los años 80. Está ligado especialmente a situaciones de alto desgaste profesional (burnout) y de distrés moral. Es decir, a situaciones de máximo agotamiento emocional e imposibilidad de llevar a cabo lo que consideran acciones y obligaciones morales del propio trabajo. Esta pandemia es un enorme campo de cultivo para ambos riesgos del trabajo asistencial, ya que el desequilibrio entre demandas y recursos, la carga de trabajo burocrático que distancia de la labor asistencial, la necesidad de trabajar de forma cotidiana bajo estándares de “supervivencia” y no de calidad asistencial… distancian cada vez más a los profesionales de lo que consideran ser médico, enfermera, fisioterapeuta…

Sin embargo, no solo es importante lo que cada uno de los profesionales percibe, como hemos señalado, en esa identidad el componente social es esencial. Y como sociedad somos responsables del paso de los aplausos en balcones a los gritos a la puerta del Centro de Salud, de los reconocimientos verbales de las Administraciones a la inacción a la hora de equilibrar ratios de profesionales y estabilizar contratos o disminuir gestiones burocráticas, del paso de la efervescencia informativa con ensalzamiento de supuestos “héroes” a la habituación y normalización del malestar de los sanitarios en las noticias.

No lo olvidemos, “colgar la bata” no es solo un problema individual, es un problema de Salud Pública. Cuando un profesional sanitario quiere abandonar su profesión se está rompiendo como persona con el enorme daño emocional que eso supone. Además, está rompiendo con una dedicación de servicio a la sociedad y divorciándose de la calidad asistencial que tendrá (o no) nuestra sociedad.

Por Macarena Gálvez