Abres los ojos.
Hoy el cuerpo no te responde como siempre. Los brazos te pesan y la garganta te duele. Te cuesta mantener los párpados arriba. Los ruidos no son los de siempre, ni los olores. Incluso tu cama se te hace extraña. Nada se parece a las mañanas a que estás acostumbrado. Ni siquiera las de resaca.

 

Lo vuelves a intentar, nada. Parece que cada brazo pese una tonelada. Y la garganta delata un exceso de tabaco. Piensas que deberías volver a dejar de fumar. Por fin consigues mantener abiertos los ojos unos segundos más. Todo te resulta desconocido.
Alguien entra con pasos también desconocidos. Unas manos te tocan la cara mientras una voz te llama por el nombre que sólo usan tus padres. Abres los ojos. Debes tener cara de asustado porque la voz se vuelve aún más suave y te explica muy lentamente que te encuentras en una cama de la unidad de cuidados intensivos donde has estado cinco días sedado. Ahora no puedes cerrar los ojos. Intentas hablar pero la garganta no emite ningún ruido, sólo duele. “No intentes hablar, estás intubado. Es por eso que tienes las manos atadas “.
Las preguntas no te caben en la cabeza. Estás muerto de miedo. Lloras. Ella intenta calmarte. Su ternura traspasa el látex de sus guantes.
Quieres hablar y no puedes. Piensa, Txema … ¡Ya está! Levantas las manos todo lo que permiten las vendas. Ella lo entiende a la primera. “No, no puedo desatarte”. Intentas acercarlas pero las palmas no llegan a tocarse. No es necesario, ella ya lo ha captado “de acuerdo pero sólo un momento y me tienes que prometer que no te vas a sacar el tubo”. Haces que sí con la cabeza.
Te desata. Empiezas a hablar – ¡Suerte de los 5 años de lengua de signos! -. Ella te corta: “No te entiendo. ¿Te duele algo? ¿Tienes frío?”. Niegas sacudiendo la cabeza y continuas atado. Te coge las manos mientras te pide que te tranquilices.
“¡No! ¡No me vuelvas a atar!”. Te deshaces de sus manos e intentas imitar el gesto de escribir. “¿Quieres escribir?” Afirmas con la cabeza. “De acuerdo, pero de aquí a un rato, ahora debes descansar que estás muy débil. Enseguida vendrá la doctora “. Intentas retenerla allí pero no sirve de nada, vuelves a estar solo. Solo y atado. Lloras.
Pasa un rato y de nuevo unos pasos hacen que abras los ojos. Es tu doctora. Te pone al corriente de lo ocurrido -y lo que queda por pasar-. Intentas retener todo lo que te cuenta. Te dice que todo va bien, que el peligro ya ha pasado. Que pronto entrará la familia.
¡Es tan difícil escuchar todo eso sin poder hacer ninguna pregunta!.
Pero ahora lo que quieres es que llegue la hora, que entre ella. Sólo necesitáis una mirada. Un abrazo o un beso para deciros cosas. Ella sabrá cómo te sientes. Sólo a su lado podrás serenarte. 

Sientes una puerta que no tenías controlada. Giras la cabeza a la izquierda y la ves. Se acerca y te da un beso. Lloras. Te abraza, te come a besos. Besos que tú no puedes devolverle.
Ahora lloráis juntos.