En América Latina, el personal sanitario recién nos estamos enfrentando al COVID-19, y la cascabel asoma la cabeza.
Empezamos semanas atrás viendo una película de terror en Europa, alejada e irreal. Ya dormimos inquietos, con contracturas, nos sentimos tensos en el trabajo, discutimos y estamos irritables.
Pero también comenzamos a ser más cariñosos en casa, a tener nostalgia, a valorar lo que tenemos, y hasta emocionarlos de pequeños detalles que antes no percibíamos.
Hace unas semanas varios ciudadanos de mi país en actos irresponsables, fueron a eventos sociales multidisciplinarios sabiendo que venían de países en plena pandemia, no cumpliendo la cuarentena y sabiendo que tenían síntomas, como es el caso de la actualmente Carmela, yendo a un casamiento de 500 personas, epicentro del brote de un barrio Montevideano.
Actualmente salimos de nuestras casas, ya decididos a enfrentar lo que se viene y lo que ya está, sintiendo las miradas de nuestras familias, que nos miran con orgullo, con temor, y muchas veces con llantos ocultos a nuestra retirada.
A su vez, los pacientes les hemos disminuido las visitas de sus familiares al máximo, y ambas partes están sufriendo de manera anticipada la tormenta que se asoma.
La obra teatral ¡Ay, Carmela!, contaba como una trovadora iba a entretener con valentía a las tropas en la linea de combate durante la guerra civil española… todo lo contrario a nuestra Carmela que prefirió su propio divertimiento ante lo que ya es sabido, y aumentar focos de brotes en ambientes masificados.
Por nuestras familias, por nosotros, por nuestros pacientes actuales y los que vendrán.
Por sus familias, o sea ustedes, por las Carmelas que vendrán les pedimos que no salgan de sus casas. Sean responsables y solidarios, que esto pasará y la sociedad tendrá que salir mas fortalecida. Esta vez los héroes somos todos, pero ayuden a los que estarán a pie de batalla.
Somos pocos, pero buenos y daremos todo como siempre lo hemos dado.
¡Ay nuestras familias! ¡Ay de nosotros! ¡Ay nuestros pacientes, hay sus familias!
¡Ay Carmela!
Por Nicolás Nin
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