Hola a tod@s, mis queridos canallas. 


Más allá, en la línea de la cooperación internacional, hoy os quiero invitar a compartir un rato con la protagonista de aquel vídeo que cambió nuestras maneras de trabajar.


Directamente desde Nueva Zelanda, Kathy Torpie me envía el siguiente post. 


“En muchos lugares de trabajo, los chascarrillos se comentan donde está el dispensador de agua, o la máquina del café. En el hospital, ese lugar es a menudo la cama del paciente. 


¿Nunca asumiste que un paciente con los ojos cerrados está dormido y no te oye?.

Esta asunción se hace en un mundo donde médicos, enfermeras e incluso familiares hablan con libertad sobre los pacientes como si no estuvieran delante. Incluso cuando los ojos de los pacientes están abiertos, cuando es obvio que pueden oir, si ellos no pueden hablar por si mismos pueden fácilmente ser excluidos de la conversión sobre ellos o vivir conversaciones privadas que no deberían tener lugar en su presencia.


 Siempre existe el riesgo de añadir miedo y desorientación al paciente al asumir que el paciente no puede escucharnos. 


 Las conversaciones personales – o peor, las conversaciones sobre mí- que se tuvieron en mi presencia como si yo no estuviera, fueron tan incómodas para mi cuando fui paciente de UCI como lo serían para cualquier persona bajo cualquier circunstancia. ¡Y tuve que vivirlas porque no podía levantarme y huir!

Que hablen de tí como si no estuvieras puede desmoralizar a un paciente que ya se siente inferior por su enfermedad o su lesión.

Y un paciente desmoralizado y ansioso no es un buen compañero de viaje.


 Te sorprenderías de algunas cosas que oí cuando fui paciente de UCI. 


 En la recuperación de una cirugía de 12 horas para arreglar los huesos rotos de mi cara con placas metálicas y tornillos – lo que fue mi segunda cirugía de 12 horas en una semana- me desperté en un lugar que no conocía en absoluto. No era la UCI donde había estado antes de la operación. Dos voces femeninas estaban teniendo una charla personal animada sobre gente que no conocía.
A duras penas entre la sedación y la vuelta a la consciencia, me sentí como un ser invisible en la habitación, que oía a dos extrañas compartiendo una conversación privada totalmente fuera del contexto de lo que yo estaba viviendo. Eso me asustó y me desorientó: “no tiene sentido – pensé- . ¿Quiénes son estas personas y dónde estoy?”. Recuerdo que pensé que era una rehén y que aquellas personas eran mis secuestradoras.

Muchos llamarían a esto la clásica “psicosis de la UCI”, y tal vez lo fue. Pero no fueron las drogas exclusivamente las que desataron mi paranoia. Fue la combinación de sentirme desorientada y vulnerable tras 12 horas de anestesia, junto con la terrible distancia entre lo que necesitaba y lo que sucedía en la realidad a mi alrededor.

Me desperté, no cuidadosamente con alguien cuidando de mi a pie de cama, sino con dos mujeres charlando como si no fueran ni siquiera conscientes de que una paciente críticamente enferma y aterrorizada, que acababa de tener la piel de su cara pelada para que sus huesos fueron reconstruidos, estaba a pocos metros de ellas y necesitaba mucho más que sus habilidades técnicas.


Sería incorrecto decir que eran enfermeras ‘malas’. Estaban haciendo su trabajo, para lo que habían sido contratadas y entrenadas: supervisar mis signos vitales y vigilar mi evolución tras la cirugía.


Mientras que el sistema continúa capacitando y dando trabajo a los sanitarios para ser profesionales altamente cualificados, eso que todos queremos y esperamos…llega un día en que nosotros o alguien que amamos, se convierte en el paciente vulnerable en desesperada necesidad de contacto humano compasivo.”



Impresionante Kathy. Muchas gracias por tu post. 
Feliz y reflexivo miércoles!!
Gabi