Eso es todo lo que recibimos. Una llamada. Escasos segundos, apenas unos minutos algunos días.

Lo único a lo que te aferras día a día, angustia en el pecho, dolor y silencio contenido mientras toca que el médico intensivista te traslade el parte médico de tu familiar. Son muchos días ya desde que tu padre se fue de tu casa, de un día para otro. Como si hubiese sido arrebatado de tu lado sin manera de despedirte apenas y pensando que no sería tan grave el motivo por el que se iba al hospital. Te equivocaste. Llegó muy grave al hospital, directo a la UCI (unidad de cuidados intensivos). Unidad poco conocida para el ciudadano de a pie; por desgracia, bastante conocida para quien de una u otra manera ha tenido que pasar por ahí.

Desde los medios de comunicación, un mensaje tranquilizador y erróneo de que esto no es para tanto. Intubación, ventilador, espera y mensaje de esperanza de que en unos días mejora y vuelve tu padre a casa.

Sin embargo, los días pasan. La paciencia empieza a romperse y vuelta a tener que construirla de nuevo porque empiezas a comprender que esto va para largo, si consigue ir superando la enfermedad. Días y días, con el móvil en la mano, sabiendo que al día solo recibirás una llamada, breve, sin saber.

Los días pasan, afuera se habla de desescalada, hay menos casos, menos contagios, pero apenas prestas atención a las noticias. Solo te importa que te permitan empezar a entrar en la UCI.  Que te dejen verle por fin.

Al entrar, el impacto es brutal. Abrumaría a cualquiera. Y más, en estas circunstancias. Solo aquellos que trabajan a diario allí, han logrado normalizar dicho lugar. Y pienso que, en ocasiones, hasta a ellos mismos les puede. De hecho, me lo dicen, ellos también tienen miedo. Ellos también sufren. También tienen sentimientos. Nadie estaba preparado para esto. Nadie lo está. No había medidas de protección. Todos a la aventura, al infierno, sin saber. Fingiendo no tener miedo en el reto más duro al que se han enfrentado ellos, pacientes y nosotros familiares.

Tras el shock inicial de cables, máquinas, pitidos, y tantos pacientes en coma inducido, logras de una manera extraña apartar todo ese dolor y caminar hacia la cama de tu padre, lentamente como si un resorte te fuera arrastrando. Empiezas a sentir que no eres ni tu misma, enfundada en un traje de protección que no para de darte calor, doble mascarilla, guantes, y gafas que se te empañan de vez en cuando. Comprendes lo que los sanitarios viven. Sufres. Es la empatía.

En el camino a su cama no has podido evitar ver al resto de pacientes. Algo te dice que tu padre no estará así. Te equivocas. Están todos igual. Aún es tu primera vez allí. No logras comprender quienes están mejor o quienes peor. Quien se aferra a la vida y a quien poco a poco se le va yendo la luz.

¿Por qué no puedo ver a mi padre todos los días? Debería estar prohibido prohibir. ¿Por qué hay sitios que lo permiten y otros no?.

Esto que relato, nos pasa a todos los familiares de pacientes de larga estancia en UCI. Poco a poco, según pasan los días, empiezas a normalizar ese ambiente, aunque cada día es un reto y te armas de un valor del que pensabas que carecías. Sabes y sufres por el resto de pacientes. Coincides a veces con familiares e intercambias algunas palabras. Los ojos de comprensión.

La enfermedad es dura y cruel. Triste y solitaria. En ocasiones pasa desapercibida, en otras destruye todo a su paso como si se tratara de un huracán.

La lucha contra el COVID-19 aún sigue en muchas UCI de España. La salida de los pacientes de estas unidades no da por finalizada esta lucha. Queda mucho más, una vez que han salido. Un calvario, todavía por delante. Mucho que avanzar y recuperar. Muchas familias aun en esta situación.

Sin embargo, no todos los familiares pueden decir lo mismo. Su dolor y pesar va por dentro. No han podido despedirse de sus familiares, en apenas horas los han perdido y nadie les ha podido dar su apoyo en persona, dar un abrazo cuando más lo necesitaban, ver a su ser querido por última vez. Simplemente despedirse de ellos. Decirles lo mucho que les quieren.

Lo que hemos vivido y seguimos viviendo en España y en el mundo con esta crisis sanitaria del coronavirus se resume en una palabra: macabro. Una situación que ha producido mucho dolor, dolor que nunca se irá en los que nos ha tocado sufrir.

Por favor, no tengamos memoria cortoplacista. Mucha gente ha fallecido, muchas familias están rotas, y aún quedan muchas en esta lucha. Sanitarios, pacientes y familiares son los únicos que lo saben. Los únicos que lo han vivido. Por favor, no nos olvidemos de cada actor de esta lucha. De ninguno de ellos. Que el recuerdo permanezca en nosotros y nos haga ser una mejor sociedad. Olvidemos la política, dejemos atrás la mediatización, y seamos humanos, solidarios y justos.

Que ninguna persona sea tratada como una cifra. Todos somos humanos.

Muchas personas no olvidarán. Pero lo importante, es que el país no olvide. Acompañemos y confortemos a los tres actores principales de esta crisis, los únicos capaces de vencer las secuelas de esta enfermedad, los únicos que se han atrevido a mirarle a los ojos a este virus y acercarse sin ninguna medida de protección. Ellos son los pacientes, las familias y los sanitarios: un equipo HUMANO.

Por Miriam Garijo