2. Negamos el envejecimiento y la muerte como si estos pudieran ser evitados o si no hablar de ello permitiera cambiar el destino.
3. Como profesionales estamos formados y entrenados para tratar y salvar vidas sin reflexionar de forma profunda y honestas sobre el contexto de la enfermedad. Siempre hay que hacer algo, en lugar de plantear que a lo mejor, no hay que hacer nada mas.
4. La especialización médica focalizada en la atención de órganos o sistemas conlleva a sobrevalorar las posibilidades reales, sin una visión holística del paciente, y en ocasiones ejercen presión para mantener el tratamiento activo.
5. La incertidumbre sobre el pronóstico de determinadas patologías y situaciones que justifican continuar el tratamiento a veces de manera indefinida. Se precisa disponer de herramientas y modelos predictivos para reducir la incertidumbre y la toma de decisiones en base a la evidencia.
6. Incentivos económicos a los profesionales en algunos sistemas sanitarios con pagos por actividad, que promueven mantener los tratamientos en lugar de retirarlos.
7. Ambivalencia de los principios bioéticos que pueden ser interpretados de diferente manera en función de quien los priorice, justificando actuaciones incluso contradictorias.
8. Presiones legales en los procesos al final de la vida que hace que los profesionales actúen por temor a posibles demandas o a infringir la ley.
9. Criterios y dinámicas de actuación basadas en el diagnóstico más que en el contexto real del paciente y que llevan al ingreso en las Unidades de Cuidados Intensivos a pacientes graves pero no recuperables. Reflexionar y parar el proceso una vez iniciado resulta difícil.
10. La falta de alternativas para ofrecer cuidados paliativos favorece el ingreso hospitalario e incluso en las propias unidades de cuidados intensivos, como paso previo a la muerte, sin tener en cuenta que el deseo de muchas personas sería el de fallecer en su domicilio.
Hospital Universitario de Torrejón